Una botella de ron

Si los amos del dinero fueran los políticos catalanistas, habría que resignarse a que nos recortaran el mapa de la Península. Pero Mas o Pilar Rahola, que han contribuido a que el bono catalán se equipare al bono basura, venden solo promesas y la ilusión de ubicar la tierra prometida dentro de la palabra independencia. Allí, entre la frontera con el resto de España y el Mediterráneo, crecería un país de Jauja, las empresas tributarían solo en Cataluña y esa prosperidad  añadida permitiría la exaltación sin fin de lo propio hasta convertir la sardana en una inmensa lágrima de emoción y autocomplacencia.

    06 oct 2012 / 09:10 H.


    Sin embargo, el dinero no tiene patria. Son las empresas y las personas las que tributan, no los territorios, y cualquier economía se encoge dentro de esas botellas de ron que son los nacionalismos (quiero decir: ron para borracheras emotivas, bien aislado en la reducida frontera de la botella). Los dueños del dinero en Cataluña podrían irse de farra algunos fines de semana, pero no parecen estar dispuestos a la eterna orgía de sentimiento que les propone Mas. Embriagarse con euforia nacionalista puede ser divertido, pero no da de comer, ha venido a decir José Manuel Lara, con una voz segura que bien puede representar a la de la una burguesía localizada en Cataluña, que, con el infantilismo independentista, ve su negocio encerrado en una botella y amenazados los puentes con la unión Europea y con el resto de España.

    Mientras los dueños del dinero terminan de tomar claro partido por su dinero, el triste manual para fabricar una patria ya ha sido abierto. No falta ni uno de los capítulos acostumbrados en estos casos: los políticos independentistas hablan sin cesar del desafecto o el odio que España (ojo: nunca dicen “el resto de España”) profesa a los catalanes. Es decir, fabrican su diferencia a costa del “otro” porque, si el otro no te rechazara, la patria solo sería la afirmación de lo propio y eso ya está desarrollado en su Autonomía.

    Están abiertos también los capítulos de la visión selectiva de la historia o los de la exageración de la autoestima; los de la desinformación y los de la promesa de un futuro tan optimista que parece soñado por adolescentes. Más dolorosos, sin embargo, son los capítulos que insisten en la insolidaridad con el resto de un país que, además, vive momentos tan necesitados de solidaridad, o esa manipulación —Freedom for Catalunya— de la palabra libertad que te hace avergonzarte de tanta frivolidad cuando se compara la realidad de cualquiera de nuestras Autonomías con los pueblos que están oprimidos.

    Parece evidente que este manual de patrias ha salido del afán de poder de los políticos nacionalistas, y que todo quedará en una borrachera de ron cuando los amos del dinero le cierren a Mas el chiringuito. Pero, antes, la aventura dejará en el camino algunos privilegios más para Cataluña y esa incertidumbre inmerecida de una Cataluña divida en dos que no sabrá muy bien cómo podrá soldar la fractura.

    Salvador Compán es escritor