Una belleza efímera y subyugante
Como las grandes oportunidades, que se presentan en ocasiones contadas, el visionado de La gran belleza se ha limitado en Jaén a un único pase diario a las seis de la tarde. El horario es, además de mínimo, suficiente para gruñir de indignación, pero ni siquiera por eso sirve como excusa para dejar pasar una cinta que ha ganado —y con razón— todos los premios en los que ha concurrido, desde el Bafta a la Mejor película de habla no inglesa, al Globo de Oro y al reciente Oscar en la misma categoría. Heredera innegable del imaginario felliniano, de sus personajes excesivos y decadentes a caballo entre el sueño y la realidad, La gran belleza posee el aroma —y, por ende, deja la huella— de los grandes clásicos italianos, desde Cinema Paradiso, a La dolce vita, con la que es imposible no compararla, o la Belleza robada, de Bernardo Bertolucci.
Es una paradoja: la pérdida de la inocencia en el crepúsculo de la vida, y el encuentro inaplazable con la muerte en la ciudad que, curiosamente, tiene el título de eterna. Es la perversión y la frivolidad de las noches que se enlazan en una fiesta continua. Es autocomplacencia: la de una élite de intelectuales que no hace más que mirarse el ombligo, y es también, y fundamentalmente, la angustia. Exquisita en todos los sentidos —desde el guion, a la fotografía, el ritmo audiovisual, la banda sonora y la interpretación de unos actores entre los que brilla Toni Servillo—, la última película de Paolo Sorrentino es más que una obra de arte. Es un placer que, aparte de merecer ser disfrutado, subyuga. No obvia la crítica a la Iglesia, tan dominante en el país de la bota, o al sueño de la eterna juventud, pero va más allá. Es el seguimiento de un dandy que, supuestamente, está de vuelta de todo y que, sin embargo, aún no ha descubierto el verdadero secreto de la existencia. Es magistral y soberbia; la poesía del ser.
La gran belleza
Italia - Año: 2013 - Director: Paolo Sorrentino
Protagonistas: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi
Como las grandes oportunidades, que se presentan en ocasiones contadas, el visionado de La gran belleza se ha limitado en Jaén a un único pase diario a las seis de la tarde. El horario es, además de mínimo, suficiente para gruñir de indignación, pero ni siquiera por eso sirve como excusa para dejar pasar una cinta que ha ganado —y con razón— todos los premios en los que ha concurrido, desde el Bafta a la Mejor película de habla no inglesa, al Globo de Oro y al reciente Oscar en la misma categoría. Heredera innegable del imaginario felliniano, de sus personajes excesivos y decadentes a caballo entre el sueño y la realidad, La gran belleza posee el aroma —y, por ende, deja la huella— de los grandes clásicos italianos, desde Cinema Paradiso, a La dolce vita, con la que es imposible no compararla, o la Belleza robada, de Bernardo Bertolucci.
Es una paradoja: la pérdida de la inocencia en el crepúsculo de la vida, y el encuentro inaplazable con la muerte en la ciudad que, curiosamente, tiene el título de eterna. Es la perversión y la frivolidad de las noches que se enlazan en una fiesta continua. Es autocomplacencia: la de una élite de intelectuales que no hace más que mirarse el ombligo, y es también, y fundamentalmente, la angustia. Exquisita en todos los sentidos —desde el guion, a la fotografía, el ritmo audiovisual, la banda sonora y la interpretación de unos actores entre los que brilla Toni Servillo—, la última película de Paolo Sorrentino es más que una obra de arte. Es un placer que, aparte de merecer ser disfrutado, subyuga. No obvia la crítica a la Iglesia, tan dominante en el país de la bota, o al sueño de la eterna juventud, pero va más allá. Es el seguimiento de un dandy que, supuestamente, está de vuelta de todo y que, sin embargo, aún no ha descubierto el verdadero secreto de la existencia. Es magistral y soberbia; la poesía del ser.
La gran belleza
Italia - Año: 2013 - Director: Paolo Sorrentino
Protagonistas: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi
