Un tiempo suspendido
Hay un tiempo que no responde a los patrones de la prisa, a las llamadas de teléfono y a las urgencias de los emails o los chats. Todo debe hacerse en el instante, mandamos un correo electrónico y esperamos la contestación en el mismo momento, lo que antes duraba semanas, meses o años ahora debe resolverse en horas o apenas unos días. Otro tiempo, ese que queda suspendido habitando otras coordenadas, no conoce la velocidad y requiere una lógica propia —otra— en busca de una pausa. Pretende otra voz que desde dentro nos habla, una conciencia vigilante, un dispositivo que desactiva las alarmas de la ansiedad que dominan el sistema actual.
Lejos queda la época del empeño en empresas largas y las relaciones epistolares, muy lejos esa palabra dada que valía para siempre, la pasión que atravesaba países, océanos y continentes, el romanticismo insobornable o el compromiso a pesar de las guerras, las distancias y mil dificultades. Nuestra sociedad capitalista vive la inmediatez de lo que parece que va a acabarse, ese tiempo que a su vez es oro y que se gasta inexorablemente, el deseo irrealizable porque siempre habrá otro deseo mayor. El tiempo nos consume, en ocasiones lo desperdiciamos y, la mayoría de las veces, siempre nos falta. Por eso nos deja insatisfechos. En medio de todo ese apresuramiento aquí seguimos confiando en las palabras, tratando de sacar un poco de dedicación para nosotros mismos, preparando por ejemplo un plato de pasta —alguna sencilla especialidad mediterránea con aceite de oliva virgen extra, tomate y poca carne, según la OMS— para alegrarnos la jornada, compartir un respiro, conversar sobre algún asunto no demasiado grave y proyectar por fin ese viaje pendiente. ¿Haremos de verdad esa ruta mochilera que nos habíamos propuesto? Algo queda en el aire cuando la lentitud —valga este elogio— comienza a hacer de las suyas, cuando las sensaciones y los ritmos se instauran en otra necesidad. Otro tiempo vendrá distinto a este. Entonces volverá el romanticismo y la palabra dada tendrá valor de nuevo. Todo se resolverá. Pero el que espera…
Juan Carlos Abril