Un reflejo del amor de Dios
El día 3 de mayo celebramos el día de la madre y, aunque el amor, la protección, la dedicación de ésta, permanecen los 365 días del año, es justo asignarle una fecha en el calendario, como homenaje al especial regalo que supone ella en nuestra vida.
Siempre he considerado el amor de la madre, de la verdadera madre, como un reflejo del amor de Dios, ya que ésta como Él, cree sin límites, disculpa sin límites, aguanta sin límites, espera sin límites, perdona sin límites, a sus hijos. Es, así mismo, como un destello del amor intercesor de nuestra Madre, la Virgen María, que hizo de su vida un “sí” a la voluntad divina. La madre, a pesar de sus limitaciones, defectos, errores, etcétera, ama y ama sin condiciones, sin fecha de caducidad, sin interés a plazo fijo y, aunque ésto, opino que no obliga al hijo a estar a su altura, sí lo compromete al cariño, respeto, consideración y agradecimiento hacia ella. Han corrido ríos de tinta sobre el amor. Los más grandes y reconocidos poetas y escritores lo tuvieron como musa inspiradora y objeto de sus desvelos. Yo pretendo hacer un panegírico a la madre. Quizá sea así, porque mis pobres palabras serán siempre de alabanza y elogio del amor en sí mismo, como auténtico motor de nuestra vida y, si este amor se conjuga en primera persona en la madre, este escrito mío tiene la finalidad de ensalzarla, y desear que ni la violencia, ni la deshumanización, ni la frialdad de este mundo, pueda tan siquiera, destemplar, ese sentimiento ardiente y sublime, que guarda en su corazón.