Un Real Jaén noqueado
Como el boxeador que se resiste a besar la lona, el Real Jaén pierde el pie a cada instante. Es un púgil grogui al que sólo la voluntad le permite todavía tambalearse en el cuadrilátero. Castigado por gestiones voluntariosas y negligentes por igual, sin fuerza económica, ni empresario que avale desventuras, está a la espera del golpe definitivo. En su renqueante temporada, el club es un saco que recibe tunda tras tunda sin que nadie, hasta el momento, se decida a arrojar la toalla.
Quizá, el golpe de gracia se lo dé el empresario Gregorio Álvarez, del grupo Ibereólica, que en junio insufló aire en forma de pagarés para que la magullada entidad siguiera compitiendo, pero que no está dispuesto a financiar más escaramuzas. “Donativos” le llaman, en perversión semántica, a los 240.000 euros entregados hasta el momento a cambio, en teoría, de patrocinio. A falta de unas cuentas claras que todo el mundo exige, pero que nadie es capaz de desentrañar, el filántropo futbolero sostiene, además, sentir miedo de la caja de Pandora que es el club. No le falta razón. La caída en desgracia del anterior presidente, Carlos Sánchez -con agresión incluida por cuentas pendientes- las denuncias de futbolistas y los pufos por descubrir no fomentan el espíritu quijotesco. A Rafael Teruel, máximo accionista, se le agotan los negros vaticinios en forma de disolución, concurso de acreedores o cierre por liquidación en un último y desesperado SOS porque alguien se haga cargo de la vieja gloria de un escudo en horas bajas. Mientras el club languidece, grupos de dudoso pasado, presente y futuro amenazan con salvar no se sabe qué. La afición, que es el único patrimonio real de esta triste historia, sólo puede acompañar al moribundo y esperar que con la cantera se construya un nuevo Real Jaén, tan bueno como aquel y tan distinto a este.
Palabra Perdida