Un protagonista y una historia de 9.58 segundos


Usain Boltt pulverizó el domingo su propio récord del Mundo en unos 100 metros que son ya historia. Este jamaicano feliz de zancada imposible, que parece gastar más energía en las muecas previas a la cámara y en las celebraciones posteriores, es el hombre más rápido del mundo y lo será durante mucho tiempo porque sólo él es capaz de bajar de esa cifra de ensueño, 9.58 segundos. Un bocado de once centésimas a su anterior registro que lo alzan a un inalcanzable trono.

    17 ago 2009 / 17:37 H.

    La carrera mítica del atletismo está ligada a leyendas del deporte como Jesse Owens o Carl Lewis que en su lucha contra el cronómetro rompieron límites humanos y forjaron gestas deportivas. Otras leyendas cayeron del medallero colectivo cuando sus hazañas quedaron manchadas por el dopaje. Este parece que no es el caso, porque las condiciones físicas del jamaicano son, en sí mismas, sobrenaturales. En esa lucha, a veces incomprendida, entre el cuerpo entrenado, sus límites y los retos pendientes se explica también la desaparición del montañero Óscar Pérez. Una agonía no filmada, pero sí imaginada, de la que los medios nos hemos hecho eco proporcionalmente a cuanto más cerca estaba la tragedia. Además, y en función de las condiciones meteorológicas, la esperanza se aliaba informativamente con la capacidad de supervivencia del escalador o, en el otro extremo, este fin de semana, con el mal tiempo y la nieve que descartaban el rescate, se cruzaba una línea para dar por muerto al montañero. Quizá, de esta manera, sea más fácil dejar de pensar que a 6.300 metros de altura en el Latok II, en Paquistán, hay un hombre que se muere.