Un preso solo es un preso
Desde Jaén. El concepto que la sociedad tiene, por regla general, sobre la vida en prisión, suele estar en las antípodas de la realidad porque lo que sabe es lo que le han contado o lo que ha visto en cualquier película. La historia de Rafael Ricardi es de esas que solo estremece el hecho de contarlas. Ricardi es una persona que ha pasado toda su juventud, un total de 13 años, encerrado como se encierra a un animal por el delito por el que lo condenaron, sin que se tuviera en cuenta su presunción de inocencia, sin que se le asistiera a un juicio con todas las garantías procesales, sin que siquiera la duda pudiera beneficiarle.
Tan solo él, así como otros tantos como él, pueden hablar con propiedad sobre lo que supone un castigo que no solo sufre en sus propias carnes, sino que también lo sufren sus seres queridos, impotentes frente al secuestro. Esto sucede porque hombres sin ética tienen el poder de equivocarse sin que ello les reporte perjuicio alguno. Si los errores judiciales con preso estuvieran penados con cárcel por el tiempo robado, otro gallo cantaría. En cambio, el error judicial posee la miserabilidad de un precio que estima quien lo comete, y por un puñado de recortes de papel que no valen nada, se pretende reparar un daño que durará por y para siempre en la psique del condenado. Lo peor de todo no queda ahí, sino que hay quienes piensan que con el dinero se arregla todo, y que, con lo que le dan a la víctima del error judicial, si es que tiene la suerte de poder demostrar su inocencia, tiene bastante para vivir el resto de sus días y esto es tan peligroso como lo anterior, pues de alguna forma se justifica el abuso de poder de quien, sin tener ninguna prueba, condenó al inocente. No se puede describir con palabras todo el sufrimiento que acarrea una vileza de tal calibre, porque su dimensión alcanza a demasiadas personas. Los jueces y juezas deberían tener la experiencia del castigo que aplican para que sus decisiones fueran siempre las correctas en virtud de la certeza, y no en la indecorosa virtud que define a quienes creen poseer la verdad absoluta de las cosas. De este modo se evitarían atropellos y desmanes más propios de épocas pasadas que del siglo XXI.
Manuel A. Poisón Almagro