Un presidente pide perdón
La conocida como Operación Púnica ha destapado la caja de los truenos no solo entre la sociedad en general, escandalizada por completo, sino entre la propia clase política, como si se tratara de la gota que acaba por colmar el ya rebosante vaso de la corrupción en este país. Se dejan de maniobras de encubrimiento, de silencios cómplices y de justificaciones injustificables, para pasar a pedir perdón de manera expresa y directa
. Ya lo hizo este pasado lunes, el mismo día que se destapó toda la trama, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que pidió perdón por haber confiado en el exsecretario Francisco Granados, uno de los principales imputados en esta operación. Ahora es el propio presidente del Gobierno el que ha pedido disculpas a los españoles en la sesión de control al Gobierno en el Senado, a la vez que ha hecho una llamada a la confianza en el Estado de Derecho porque, a su juicio, las instituciones funcionan. Palabras como indignación y hartazgo, tan repetidas en estos últimos días, se escucharon también de boca del propio Rajoy, al que ya no queda más opción que sumarse al clamor ciudadano generalizado ante esta tupida maraña corrupta en los ámbitos municipal y autonómico.
Llega a hora de la transparencia, ante todo, de que sea cierto de una vez por todas que quien la hace, la paga. Solo así se podrá empezar a recuperar la confianza perdida en los dirigentes de este país, sea cual sea su signo político, porque la desvergüenza hace ya tiempo que dejó de ser de izquierdas o de derechas. La sociedad se merece una clase política que, además de ser honesta, lo parezca. Urge, desde luego, la aprobación, más pronto que tarde, de leyes anticorrupción eficaces y efectivas.