24 ago 2015 / 08:01 H.
La amenaza terrorista islamista es mundial y los distintos episodios sucedidos en el último año en distintos puntos del mundo así lo constatan. La formación radical, el lavado de cerebro constante desde pequeños es una semilla de odio demasiado poderosa y que es difícil de erradicar. En este sentido, en el fallido atentado en el tren de Bruselas a París, el detenido tiene un claro historial de radicalidad que mereció el seguimiento de la Policía española que lo calificó como potencial peligro. Unos datos que fueron compartidos con el resto de policías europeas, aunque en este caso no sirvió para poder detenerlo antes de que ejecutara su plan. Finalmente, gracias a los héroes anónimos del vagón, se evitó una masacre, pero se comprobó cierta coordinación policial más que necesaria y, por otro lado, la dificultad de poder seguir a personas anónimas que con nula preparación y sin necesidad de coordinación son capaces de causar muchas víctimas. El sangriento atentado contra la revista “Charlie Hebdo” en París es una muestra del poder de estas pequeñas cédulas que son capaces de orquestar un atentado solo con la “formación” que ofrece internet y las páginas radicales que aún se encuentran activas en la Red. Es fundamental, por lo tanto, una coordinación exhaustiva, una buena comunicación con los datos que se obtienen en la lucha antiterrorista y leyes que impidan el adoctrinamiento y la impunidad en los países democráticos en los que viven. De igual forma, no solo los que están dispuestos a dar el paso para matar hay que perseguirlos, porque los que forman o los que dan los mensajes radicales desde su “atalaya” religiosa no pueden quedar impunes. Se requieren cambios para no ponérselo tan fácil.