Un patrimonio sacado a la luz tras años de valorización

Texto: Diana Sánchez Perabá /  fotografías: Díaz Martínez/ Silverio Fernández
Yo no maldigo mi suerte porque minero nací”, cantaba el malagueño Antonio Molina en la película “Esa voz es una mina”, de Luis Lucía, en la que el actor encarnaba a un trabajador de las minas de Sierra Morena. Una película del año 1955 que reflejaba la vida de quienes se adentraban hasta las profundidades de la tierra para extraer el preciado mineral como realmente ocurría en la provincia jiennense.

    25 nov 2012 / 10:50 H.

    Esta actividad, que supuso un estímulo para la industria linarense, transformó toda la zona conocida como el Distrito minero Linares – La Carolina, situado al norte de la provincia. Una área que se extiende desde Despeñaperros  hacia el sur unos 40 kilómetros, con una anchura de Este a Oeste de unos 30 kilómetros. La actividad minera cesó con el cierre, en 1991, de la última mina, llamada La Cruz. Sin embargo, la crisis del sector no evitó que lo sembrado durante décadas continuara creciendo a partir de otros sectores, como el ferrocarril,  o el  motor (ahora en crisis), así como el florecimiento de una cultura propia, como el flamenco, y otra llena de influencias europeas, con motivo de los ingleses que dejaron su descendencia en Linares.
    Desde que, a comienzos de los años noventa, la industria minera dejara de respirar, los habitantes de la zona recibieron una herencia arqueológica industrial. “Una consecuencia es que deja en el paisaje elementos que configuran el patrimonio minero, es decir, las chimeneas, los lavaderos,  las fundiciones, las casas de máquinas o las casas cornis son los restos que jalonan el entorno”, explica José Dueñas, presidente de la Asociación Colectivo Proyecto Arrayanes. Sin embargo, no fue lo único que heredaron. Por eso Dueñas destaca un patrimonio oculto, el que conformaron los mineros          —más tarde, las máquinas— a base de un duro y peligroso trabajo y que, en la actualidad, conforma una maraña de rutas subterráneas.
    Pero estos restos no han sido valorados por todo el mundo desde el principio, ya que llegó a surgir el debate de si podían entorpecer el paisaje o eran parte del mismo, con toda su historia. Una polémica en la que los defensores de aquellas ruinas consiguieron dar los suficientes argumentos para, no solo protegerlas, sino también para crear en la ciudadanía una conciencia de propiedad y de patrimonio. “Con el cese de la última mina surgió un grupo de trabajadores que se propuso dar a conocer la herencia cultural de un pasado”, explica José Dueñas, quien indica que fue cuando se dedican a estudiar este patrimonio, con el fin de dejar un legado cultural. “Para que se sepa que la comarca tuvo una diversidad económica”, comenta.
    No solo los nostálgicos jubilados que arriesgaron sus vidas bajo tierra, sino también profesionales de áreas como la Geología, la Historia, la Biología, la Ingeniería  o la Arquitectura han ido calando, en la ciudadanía, la importancia del valor que tienen cada una de las chimeneas, casas de maquinaria o fundiciones, así como los escombros, que dejan un testimonio claro de lo que supuso aquella época de esplendor económico y social.  “Ahora, la población la hace suya. De hecho, cuando se encuentran restos mineros avisan a las autoridades para conservarlos y eso significa que hacen suya la identidad”, dice José Dueñas.
    Además de contar con diversos centros de interpretación y museos en Linares o La Carolina, la intención de los defensores del distrito es que se pueda conocer “in situ” el legado; al menos, la parte del paisaje arquitectónico exterior. En este sentido, “Proyecto Arrayanes” y el Ayuntamiento de Linares adaptaron y señalizaron 58 kilómetros de sendero señalizados. Incluso, se organizan actos deportivos, como carreras, para que la gente disfrute al máximo de su patrimonio.
    Una seña de identidad propia que marcó a varias generaciones, sin miedo a la muerte, y que sembraron de vida esta zona de Sierra Morena.

    De la industria al sector turístico

    Vinculado inevitablemente con el pasado y el presente, el futuro del Distrito minero de Linares-La Carolina está enfocado al mantenimiento, conservación y adaptación del legado para reconvertir lo que fue el sector industrial en el sector turístico. En este sentido, La Escuela Politécnica Superior de Linares, Medalla de Andalucía, es una de las consecuencias del desarrollo de una importante labor de formación técnica y cultural, realizada a lo largo de muchos años, en dos centros emblemáticos en la ciudad de Linares: la Escuela de Minas y la Escuela Industrial, que se fusionaron en 1976.
    Otra de las líneas hacia las que se encamina el futuro del distrito se centra en intervenciones concretas, como la adecuación de la galería de mil metros que se encuentra en el Parque Minero Forestal de la Aquisgrana. “Queremos acondicionarla para que se pueda visitar en un futuro próximo. Se trata de una mina que se cerró en el año 1982 y que ha sido objeto de estudio por muchos investigadores”, apunta Pedro Moya, el presidente de la Asociación Cultural Minera Carolinense. Otro de los proyectos que tienen redactados y están a la espera de que se puedan poner en marcha en La Carolina es la construcción de un monumento al minero con una cabria que mide unos nueve metros de altura.
    De cara a los próximos años, hay quien se puede plantear si, en un futuro, se podrían volver a explotar las minas que cerraron en 1991. En este sentido, los expertos afirman que todavía queda mineral en las entrañas de la tierra del distrito, de manera que sería factible volver a explotar las minas ya hechas. En cualquier caso, el presidente de “Proyecto Arrayanes” matiza que no sería mala idea volver a la industria que les activó en el plano social, económico y cultural, siempre que se se respeten las construcciones originales, ya que son el referente testimonial físico con el que cuentan. “No se pueden tocar estos restos porque forman parte del patrimonio andaluz; de hecho, hay 125 conjuntos de minería catalogados, y porque, además, en el caso de retirar las escombreras de los filones, supondría un peligro que podría provocar hundimientos”, explica Moya.