Un mundo al revés
Se llama Sam y tiene 7 años —decía una voz de mujer en un telediario el otro día—. Debería pesar 22 kilos y solo pesa 9. Y hay un niño muy delgadito, con ojos titilantes y piel cetrina —más de dos millones de niños (continúa diciendo ella) esperan ayuda en África—.
Da la sensación de que las estrellas los miran indiferentes y su esperanza es tan humilde como su voz o su mirada. La mayoría de las veces, todas estas realidades nos llegan entre susurros, pero tan acostumbrados estamos a este tipo de noticias, que no queremos ver y la vida sigue. Y ahogamos nuestro autismo en arenas movedizas, tumbados en una toalla cerca del agua donde zambullimos nuestros agobios, en una terracita tomando unas cañas con los amigos, o delante de una pantalla que nos deja la arista de diluir nuestra mente en este mundo injusto. Pueblos como Haití, agonizan de inanición ante la mirada impasible del mundo, donde los más pobres, recurren al lodo como alimento y lo llaman galletas, hechas con tierra, sal y mantequilla. Me pregunto por qué no pueden tener una infancia sencilla, con una abuela como la mía, entrada en carnes, con sus chacotas a orillas del porrón y que les diga —come chiquilla que te pongas grande y fuerte—. Y mientras unos agonizan de hambre, lo que nos toca de cerca viene acompañado de toxinas, dioxinas, mercurio, pesticidas… que provocan enfermedades nuevas como la Sensibilidad Química Múltiple, amén de cánceres, alergias, diabetes o las enfermedades autoinmunes. La hambruna en Somalia, el éxodo en Libia, las galletas en Haití… Exijamos un mundo al derecho.
Rocío Biedma es poeta