Un hilo irrompible
Amparo Boix/Desde Valencia. En todas las latitudes, muchos millones de personas identifican a mayo como el mes de María. En él se multiplican las fiestas en honor de la Madre de Dios, en las que se vuelca el fervor casi irreflexivo —o sin casi— del pueblo a su patrona, y las romerías a los miles de ermitas dedicadas a María.
Puede sorprender el hecho de que un alto porcentaje de estos devotos no pise un templo en todo el año, incluso esté enfrentado —o indiferente— con la Iglesia. Quien reflexione sobre esta realidad corre el riesgo de confundir esta verdadera devoción con una especie de idolatría o atracción hipnótica. A quien quiera escucharle, María le sigue diciendo en el siglo XXI “Haced lo que Él os diga”, y todos quienes se acercan a ella, la piropean, besan su manto —si pueden—, o le dirigen una oración, siquiera en silencio y en medio de la calle, tienen la certeza —aunque no lo manifiesten— de que la Virgen les mantiene unidos a la fe con un hilo que, aunque fino, invisible, en el momento supremo —si no antes— les volverá al Camino. No me resisto a traer aquí una líneas de la canción que un grupo de jóvenes cristianos le dedicó a María 30 años atrás: “Eres tu la estrella de mi embarcación, eres tu mano segura en el timón, la playa serena donde mi barca varada está, faro que luce en el ancho mar”.