Un cuento de invierno

Andrés Ortiz Tafur.-Ahora, que aún tenemos casi seis meses por delante para alimentar el olvido, se puede contar: los reyes magos no solo vienen de Oriente y no son solo tres. Yo conozco a uno que vive en la Matea, una pequeña aldea a pocos kilómetros de Santiago de la Espada. Ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar. Este rey se llama Raimundo.

    18 jul 2013 / 14:21 H.

    Y no viaja a lomos de un camello, ni transporta oro, incienso o mirra. Raimundo conduce una furgoneta cargada de pan. Durante estos meses de verano, o incluso ya desde mayo, mes en el que los antiguos moradores de la sierra abandonan sus actuales residencias (Orcera, La Puerta de Segura, Arroyo del Ojanco, Valencia, Castellón, Cataluña), y regresan a sus lugares de origen para poner en marcha el hortal, no resulta raro ver a distintos recoveros, con verdaderos hipermercados sobre cuatro ruedas, recorriendo las aldeas y las cortijadas repartidas por el valle del río Madera. Entonces sí compensa el gasto de gasolina y de tiempo; ya no es solo un puñado de locos el que trata de subsistir en esta tierra. Comprendo a estos vendedores ambulantes: El trabajo se concibió para recibir un beneficio a cambio, y se antoja imposible que puedan obtenerlo con tan escasa clientela. Sabed que si algún día venís a cocinar un arroz a cualquiera de las áreas recreativas esparcidas por esta zona del parque (los Negros, la Morringa, la Toba), y se os olvida el arroz, la sal, deberéis desandar el camino durante casi una hora de coche, pues no existe una sola tienda de ultramarinos. Es en este punto cuando nuestro panadero acopia importancia y todos los que duermen las noches de invierno en la sierra le apartan el gorro de la cabeza para colocarle una corona. Mediados de febrero. Nieva y arrea el viento. Arranta otro martes con varios grados bajo cero. Hace días que apenas pasan coches; días en los que acaso, y con suerte, te cruzas con algún vecino. Otra vez te dices que el estado en el que se encuentra la carretera, con casi un palmo de nieve, te dejará sin pan. Todavía así, te acercas hasta la plazuela de la venta Rampias, lugar de encuentro. Al rato, suena un claxon, es Raimundo, nuestro rey, que se abre paso para vender algunas docenas de panes y para puntualizar que la vida, pese a todo, también puede ser maravillosa.