01 ene 2009 / 23:00 H.
Los terroristas han intentado una nueva masacre en Bilbao, en su cobarde línea de buscar el mayor daño posible a costa de inocentes. En esta brutal acción del pasado miércoles no se han tenido que lamentar víctimas, a pesar de que la furgoneta bomba estaba situado en una de las zonas más transitadas de la capital vasca, con lo que el principal objetivo de los asesinos se ha visto frustrado. Los trabajadores de la sede central de la Radio Televisión Pública Vasca, el edificio que fue objeto del ataque terrorista, se afanan ahora por recobrar cuanto antes la actividad normal, en un afán de mantener a los ciudadanos informados como es su derecho, mientras se busca a las tres personas que huyeron del lugar de los hechos y a las que se atribuye la autoría del suceso. Las condenas, como siempre, se han sucedido desde todos los focos democráticos, desde cualquier ámbito social, como del propio obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, que directamente clama porque se haga caso al clamor reiterado del pueblo vasco de abandonar de manera definitiva el chantaje de la sangre, precisamente, en el primer día del nuevo año, en el que se celebraba la Jornada Mundial de la Paz. Se ha dicho por activa y por pasiva. Un grupo de asesinos no puede silenciar ni, mucho menos, condicionar la vida cotidiana de una sociedad que quiere vivir sin sobresaltos, como cualquier otra comunidad civilizada. La fuerza está en la unidad y los asesinos cada vez se encuentran más aislados por la fuerte presión policial, con la fundamental ayuda en los últimos años de la Gendarmería gala. Desde el poder político es clave que sus dirigentes escenifiquen cuantas veces sea necesario esa unión, fundamental para acabar con la tiranía de un pequeño grupo de asesinos a sueldo, cada vez más minúsculo y débil, que han convertido su razón de ser en el sinsentido de la muerte de quienes no piensan como ellos.