Trocitos de Jaén en la costa

Un año más llegamos a agosto, mes de las vacaciones por excelencia. Esto me recuerda que hubo un tiempo, aquel en el que cursábamos el ciclo escolar, en que eran tres los meses que disfrutábamos de vacaciones, al igual que les ocurre a nuestros hijos hoy, y que, incluso, a pesar de todo, éstas nos parecían pocas.

    04 ago 2014 / 22:00 H.


    Ahora, algunas décadas más tarde, siento como si el verano se hubiera reducido, exclusivamente, al mes de agosto, ya que es cuando, los de mi gremio, debemos aprovechar para descansar, sin que ello afecte al curso propio de nuestro trabajo, aunque, esto seguirá siendo así, hasta que el ministro Gallardón quiera, ya que nuestro oficio está en su punto de mira, constantemente, por lo que, día sí y día también, nos despertamos con la incertidumbre del alcance de su próxima reforma.
    Pero a lo que iba, el mes de agosto, este mes tan caluroso, tradicionalmente, por unos u otros motivos, deja en Jaén una huella característica, propiciada por la espantada de gran parte de la población, y por el cierre de muchos negocios, de forma aún más numerosa de la que se produce en el mes de junio, cuando llegan las vacaciones escolares, y se produce el traslado de la residencia a los puentes y alrededores de la ciudad.
    Pero, aunque salimos como despavoridos de Jaén, cada cual en busca de un destino que le proporcione lo que, en cada momento necesite o le apetezca, tengo que reconocerles que siento alegría cuando, por el paseo marítimo de turno, me encuentro con paisanos que siguieron iguales pasos que yo, o, cuando a orillas del mar, entre cremas solares, sombrillas, toallas y hamacas, nos topamos con jiennenses que decidieron hacer las américas, en este caso sería, hacer las granadas, y buscan aprovechar este tiempo para ganar algún dinero, para lo que pregonan, a voz en grito, la venta de productos de nuestra tierra, especialmente, las aceitunas y los alcaparrones.
    Puedo asegurarles que están teniendo gran éxito entre los bañistas.