Trasplantes, una promesa de vida frente a la muerte
Nuria López Priego
Norte y sur. Este y Oeste. Ricos y pobres. El solo hecho de nacer en un rincón del planeta o en otro marca la diferencia entre una vida y lo que, a duras penas, puede definirse como supervivencia. El año pasado, 150 personas murieron, en Bolivia, a la espera de un trasplante de riñón. Y, anualmente, según datos de la Organización Mundial de la Salud, 125.000 mujeres mueren en el mundo por falta de una donación sanguínea durante el momento del parto.
Norte y sur. Este y Oeste. Ricos y pobres. El solo hecho de nacer en un rincón del planeta o en otro marca la diferencia entre una vida y lo que, a duras penas, puede definirse como supervivencia. El año pasado, 150 personas murieron, en Bolivia, a la espera de un trasplante de riñón. Y, anualmente, según datos de la Organización Mundial de la Salud, 125.000 mujeres mueren en el mundo por falta de una donación sanguínea durante el momento del parto.
No es una casualidad que la mayoría de ellas viviera en países del mal llamado Tercer Mundo, como África y Asia. “Por suerte” —valora el coordinador del Centro Provincial de Transfusión Sanguínea de Jaén, Antonio Carrero— muertes tan tristes se desterraron del imaginario español hace varias décadas. España no sólo es líder mundial en cuanto a número de donantes de sangre, sino también de donaciones de órganos. Según las estadísticas, en nuestro país, cada año, cuatro mil personas recuperan la esperanza gracias a un trasplante. Y, sin embargo, sigue sin ser suficiente. Cada año, en la provincia, “entre ochenta y ochenta y ocho” ciudadanos esperan ansiosos la llegada de un riñón. Es su principal promesa de vida, porque, a pesar de que no es un órgano vital y de que existe la diálisis, “esta terapia conlleva un empeoramiento en la calidad de vida del paciente”, explica el responsable de la unidad de Trasplantes de Jaén, Juan Francisco Brea. Mediante este proceso, al enfermo se le extraen las toxinas que su riñón no elimina por sí solo. “Pero estos pacientes sufren descontroles metabólicos y están condenados a recibir sesiones de dos horas en una máquina, tres veces por semana. Hasta que no se consigue un trasplante renal, esta mala calidad de vida no acaba”, sentencia el cirujano. Pero su llegada no es inmediata. La media de espera para recibir un riñón, en España, supera los tres años.
Salvo trasplantes de riñón y “excepciones hepáticas”, en las que se puede recurrir a donantes vivos, la mayoría de los órganos y tejidos utilizados en un trasplante proceden de personas fallecidas, aunque no por cualquier causa. “Debe haber una muerte encefálica”, explica Juan Francisco Brea. “Es fundamental que el órgano haya mantenido condiciones de oxigenación y un aporte sanguíneo adecuado hasta el momento de la extracción”. Para ello —continúa Brea—: “La muerte debe producirse dentro de una Unidad de Cuidados Intensivos y tiene que haberse comprobado, con un diagnóstico muy estandarizado, que el cerebro no tiene función y que es de forma irreversible”. Cuando se diagnostica una muerte de estas características, el siguiente paso es la valoración de cada órgano de forma independiente. “Una vez valorados y con la aceptación previa de la familia, se procede a la operación con las máximas garantías quirúrgicas”, sostiene el responsable de la Unidad de Trasplantes de Jaén.
El año pasado, la provincia alcanzó la “cifra histórica” —el máximo registrado hasta el momento— de dieciséis donantes. Un dato que, luego, se tradujo en el trasplante de treinta órganos y trece tejidos. “Esto se debe, principalmente, a que ha habido un descenso en la negativa a la donación”, indica Juan Francisco Brea, que añade: “Hemos batidos récords. Esta negativa se ha reducido en más de un 50 por ciento”. En 2007, el “no” a la donación de órganos se situó en torno al 33 por ciento. El año pasado, si cifró en el 15. “Y la tendencia se mantiene”, adelanta el especialista. De hecho, en lo que va de año, sólo una familia se negó a la donación. “Esto representa un 12 por ciento”. La ciudadanía cada vez está más sensibilizada en la importancia de mantener vida más allá de la muerte, comenta el experto del Complejo Hospitalario de Jaén. De hecho, si todos los órganos y tejidos de una persona resultaran útiles cuando fallece, su vida no acabaría con la muerte sino que se prolongaría en la de otros diecinueve ciudadanos. “Son demasiadas vidas como para plantearse ser donante”, apostilla el responsable de la unidad provincial de Trasplantes. Entonces, ¿cómo se explica ese 12 por ciento de negativa que aún existe? “Los mínimos casos se deben, habitualmente, a una negativa en vida del fallecido a la donación”, resalta Brea.
Si la elección del donante es fundamental, no es menos importante la del destinatario del órgano. La selección de la persona que recibirá el órgano o el tejido en cuestión se realiza concienzudamente. En España, se activa todo un protocolo “para buscar las máximas garantías y que todos los donados tengan las mismas posibilidades”. La urgencia es uno de los principales condicionantes. Pero si un trasplante determina la esperanza de vida de una persona, que, durante la intervención quirúrgica, el hospital cuente con un potente banco de sangre es una garantía. En general, las necesidades de sangre en trasplantes requieren una media de diez unidades en cada procedimiento. De tratarse de trasplantes de médula se precisan dos unidades por día. Si es de hígado, entonces, la cantidad de unidades necesarias se eleva hasta cincuenta.
Según la OMS, para cubrir las necesidades de sangre de un país basta con que entre el uno y el tres por ciento de su población sea donante. En Jaén, la tasa media de donación se sitúa en un 3,8% de la población global, precisa Antonio Carrero, director del Centro de Transfusión de Jaén. El año pasado, los jiennenses realizaron 20.441 donaciones de sangre. Esto permitió a los hospitales autoabastecerse para su actividad quirúrgica y, además, exportar a otras provincias e, incluso, a centros de Madrid, Valencia o Barcelona. De hecho, el consumo medio en la provincia es de entre 14.000 y 16.000 unidades anuales. “Y el excedente, se exporta”, comenta Carrero. En concreto, se enviaron 4.770 bolsas a provincias en las que hacía falta.
Otra de las cifras que más enorgullecen no sólo al director del Centro de Transfusión de Jaén, sino también a los miembros de las Hermandades de Donantes de Jaén, Linares y Úbeda, son las relativas a donaciones de plasmaféresis, que ha pasado de las doscientas a superar las mil donaciones. Pero, a pesar de que los datos son halagüeños, el responsable del Centro de Transfusión hace un llamamiento a los no donantes: “Que piensen que la magnífica sanidad actual se debe a que casi un 4% de nuestros conciudadanos sigue donando su sangre, acordándose de los demás”. Carrero también alerta del problema que supone el envejecimiento de la ciudadanía. “Aunque el 90% de nuestros donantes son jóvenes, la pirámide se ha convertido en un rombo y la parte ancha se acerca a los 55 años. Ocurrirá —pronostica— que, en unos años habrá un aumento en la demanda, con una base de la población que puede ser donante más estrecha, por eso tenemos que animar a los jóvenes a que donen”.