Tradiciones
En este país somos muy dados a acoger ciertas tradiciones para luego hacerlas nuestras. Es lo que estamos observando cuando llega el Día de Todos los Santos y Difuntos. Las visitas a los cementerios es una tradición que yo diría inquebrantable.
Los últimos años estamos sumando, a la tradición de visitar a nuestros seres queridos en el campo santo, lo que se llama la fiesta de Halloween. Una costumbre importada de EE UU que es un tanto atípica. Los niños y no tan niños se disfrazan de personajes de ficción un tanto extravagantes con una especificación que nos hace en algunos casos estremecer. Disfraces de Drácula, Nosferatu, son los más comunes, pero que resultan llamativos. Todo ello es la suma de una fiesta que se completa con calabazas vacías con una luz en su interior u otros objetos que rellenan la escena de miedo que se quiere obtener.
La fiesta de los difuntos se ha ido reformando para, según alguna opinión, maquillar el luto que sobre vuela en el ambiente el uno de noviembre. Es como si se trataría de acabar con el sentido que tiene el día de todos los santos. Se trata de banalizar un día que reúne a familias en torno a los seres queridos. Así como la Navidad reúne a los más allegados, en tono festivo, el día uno de noviembre reúne también a las familias para honrar la memoria de los que ya no están con nosotros. Para que el olvido no se apodere de nuestra mente y poder transmitir a las generaciones venideras todo lo bueno y porque no también lo menos bueno que hicieron personas que fallecieron. Es una manera de conocernos y evitar caer en errores que otros cometieron.
En definitiva el día de todos los santos debería continuar siendo un tributo a los difuntos y un día para limar asperezas entre las familias. Un día para meditar que todos nos reuniremos con los que ya no están y por eso no merece la pena levantar barreras entre nosotros y mucho menos merece la pena darnos la espalda.
Fernando Cuesta Garrido