Todo está podrido

Por Nuria López Priego, desde San Sebastián
Con el sueño rezagado aún bajo los párpados, entro al pase de la primera película del día en el Teatro Victoria Eugenia. Son las nueve y media de la mañana. En la sala 1 del Kursaal, al otro lado del Urumea, Los condenados, de Isaki Lacuesta, ya lleva media hora de proyección. A mi lado, una periodista francesa conversa con un par de colegas. Le dice –traduzco- que la jornada comienza duro. I came from Busan es una película coreana. Su sinopsis dice de ella: “In-hwa, una chica de 18 años, vive sola en Busan.

    25 sep 2009 / 22:00 H.

    Nadie sabe que está embarazada salvo su íntima amiga Sang-mi, que la persuade para que deje al bebé en adopción. In-hwa lo abandona a regañadientes. Con el paso del tiempo crece su añoranza por el niño y visita el centro de adopción con intención de recuperarlo”. Sin un café con leche, la sola lectura de este resumen ya me da ganas de bostezar. Acto seguido, se apagan las luces, en la enorme pantalla de este teatro de corte neoclásico, se dibuja el símbolo del Festival de Cine, la concha, y un plano general muestra tumbada sobre una cama a una joven embarazada que grita de dolor. La imagen es tan brutal, tan impúdica, que provoca pena, angustia, dolor e incluso asco. En el plano siguiente, también general, y perfectamente construido con la regla de la proporción áurea, se ve a la misma joven intentando cruzar un puente hasta que comienzan a flaquearle las piernas del dolor y tiene que sentarse en la acera.
    Después, vienen la entrega en adopción de la que habla la sinopsis y también los intentos de la protagonista por recuperar al bebé. Sin embargo, aunque esta es la historia principal, a lo largo de la cinta es lo menos relevante. Es más, parece accesorio incluso.
    En I came from Busan todo está podrido. En 83 minutos, el director Jean Soo-il, recrea una juventud podrida. Lo hace con metáforas, como el plano de detalle que muestra tres manzanas infectas, totalmente putrefactas, y un gusano saliendo de una de ellas, y con escenas de acusada violencia, como la paliza que dan cuatro adolescentes a un borracho, en un túnel, y que es un homenaje evidente a La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. I came from Busan es una historia suburbial y primitiva, hilvanada de principio a fin por una agresividad larvada que, a veces, se practica con los puños, pero que está presente, sobre todo, en la indiferencia, en la impasibilidad, que manifiesta la protagonista y en su silencio.
    Ese mismo silencio, que deriva del dolor, es el que aqueja al protagonista de Los condenados, la esperada película de Isaki Lacuesta. Una cinta que, en la línea de Cravan vs. Cravan o La leyenda del tiempo, es un ajuste de cuentas con el pasado. En concreto, con el de Argentina y la revolución. Lacuesta aborda las reglas de la guerrilla, la traición y la crueldad. Habla de traidores y traicionados. De vencedores y vencidos. De hombres que son lobos para el hombre. Es pregunta, pero no respuesta. Quizá ahí reside su valor. En que es como la Historia, en función de quien la cuente.