Tiene que llover a cántaros
La Agencia Estatal de Meteorología confirma las sospechas del común de los mortales. Irremediablemente, estamos entrando en un nuevo periodo de sequía. La imagen de los pantanos aliviando agua y de las bellas cascadas resucitadas en hermosos parajes de la provincia jiennense son ya solo un recuerdo de unos años en los que el líquido que sacia la sed y engorda nuestra aceituna casi nos sobraba.
Parece que el destino quiere jugarnos una mala pasada o que los astros, como pensarían otros, se han confabulado para apretarnos aún más nuestro ya de por sí estrecho cinturón. Para otros, una plaga bíblica o un castigo de Dios.
José Pablo Guerrero Cabanillas, un cantautor extremeño, compuso su conocida canción “A cántaros”, en la que un insistente y pegadizo estribillo dice: “Tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros”. La canción, durante los años de la Transición, fue todo un símbolo por lo que reivindicaba, que no era precisamente el líquido elemento. Hablaba de otra lluvia, de un nuevo tiempo, del fin de la siesta. Casi cuatro décadas después la canción mantiene su vigencia. Son otros los contenidos y es otro el contexto, pero se amolda a nuestra realidad. Recortes y más recortes, conquistas sociales que se encuentran en la cuerda floja, sonados casos de corrupción de quienes se aprovecharon para meter la mano en la caja de todos, políticos aferrados a sus sillones que no levantan sus posaderas ni con agua caliente, familias desesperadas que vuelven al desierto en busca del maná para aliviar los estómagos hambrientos y del agua que calme la sed, desconfianza en la justicia con malhechores y ladrones que salen indemnes y justos que pagan con sus libertades las ansias de revancha. Tal vez, esas dos españas que alguien dio por muertas y que posiblemente sigan vigentes.
Así, ante este panorama, ¿alguien duda de que tiene que llover? Tiene que llover, tiene que llover a cántaros.