Tiempo pasado vivido por mí
Miguel Candelario Atienza Chicharro / Desde Jaén. Tiempo pasado vivido por mí: Recuerdo mi infancia por finales de los 60 y principios de los 70, cuando empezaba a cobrar conciencia y despertaba la curiosidad en todo aquello que me rodeaba, como la película “los secretos del corazón”. Era un niño templado y alegre pero vivaracho, travieso, sobre todo observador. Recuerdo mi hogar en Úbeda donde nací y me crie, todos los detalles; los motivos decorativos de mi madre, los azulejos rojos de la cocina con calcomanías pegadas.
También los azulejos azules y amarillos con cenefas y dibujos alegóricos a la entrada de la casa, los cuales eran preciosos. Los objetos de bronce y cobre, los cuadros antiguos, la vieja chimenea con los menajes de la época, etcétera. Ese patio hermoso con su fuente de taza y los peces de colores que la vistoseaban, la parra de uvas tintas y blancas, la higuera frondosa de hojas verdes, con azuladas y hermosas brevas, el jazmín real de florecillas blancas llenas de aroma y fragancia sutil, agradable. Las calles de mi barrio estaban tan llenas de luz y alegría que los niños producíamos con los juegos creativos de la época; los juegos de ciminicerra cantaba la perra es un arbolito de cierta manera, y los niños preguntaban: ¿cómo era? Al mocho, el meneíllo, a la una mi mula a la dos la col a las tres la culá de San Andres, etc. Al lapo, policías y ladrones y un sinfín de juegos más. Que por desgracia han desaparecido. También creábamos nuestros propios juegos, nos hacíamos arcos, tirachinas, escopetas, con un listón de madera, una pinza de la ropa de mamá y goma de los zapatos, un par de puntas y listo. Les tirábamos a las latas u otros objetos similares, también nos hacíamos carros con un tablón de madera con ruedas de níquel para montarnos y deslizarnos por las cuestas abajo. Nos lo pasábamos pipa; ¡qué tiempos aquellos, cuánta añoranza! Otro tipo de juegos, las canicas, al rongo o lima; les daban nombres diferentes según el lugar. Las niñas por otro lado jugaban al tejo, la comba o a los cromos, etc. Hoy desgraciadamente se han perdido o no se ven. Los niños de hoy en día están, demasiado computerizados cual autómatas, por la cibernética actual, por las videoconsolas, ordenadores, móviles y demás artefactos sofisticados de nuestros días. O sea manipulados de algún modo por el consumo de actualidad. Esto a mi juicio no beneficia a los chavales, por el contrario los obstaculiza para el desarrollo de su imaginación innata natural. Claro que los adultos tenemos la excusa perfecta para decir, los tiempos cambian, qué se le va a hacer. Pero no nos detenemos a pensar en las consecuencias que esto puede llevar a corto o largo plazo dada la conducta de los niños de hoy, puesto que son influenciables negativamente. No estoy en contra de los avances tecnológicos, pero sí del uso que se les da a los mismos. En fin no quiero salirme de contexto, volvemos al pasado; como iba relatando esas casas grandes que eran comunidades de vecinos, personas humildes, sencillas y estaban unidas como verdaderas familias. Compartiendo lo poco que tenían la una hacía rosquillas, la otra borrachuelos o magdalenas y otros tipos de gastronomías culinarias para ponerlas en común. Las matanzas de noviembre, día de San Martín, todos colaboraban al igual que en otro tipo de actividades. Y llegado el buen tiempo, es decir finales de primavera comienzos de verano, salían a la puerta con sus sillas de enea y madera y cambiaban impresiones en compañía de una buena jarra de ponche con melocotón. Contaban historias, leyendas, y otro tipo de conversaciones; relacionadas de los tres tiempos, pasado, presente y futuro. Estas personas hermanas nuestras sí sabían lo que es la unión, el amor, el cariño y el respeto; se perdía un niño y todos salían a buscarlo, alguna desgracia, ahí estaban arrimando el hombro, animando, consolando al desdichado. Cuán maravillosas personas, cuánto se echan en falta. Hoy por desgracia se niega hasta el saludo. Qué pena, ¿dónde está nuestra sensibilidad?, ¿dónde nuestra razón de ser y estar? Tenemos nuestros demonios dentro, pero el más terrible es el egoísmo, la prepotencia, la dejadez, la falsedad. En definitiva, falta de entrega y servicio a los demás. Nos olvidamos de los verdaderos valores de la vida que están en todos y cada uno de nosotros, o sea, en las personas. Gran culpa de todo esto la tienen nuestros medios de comunicación, creados en gran medida para el consumismo del tener y poseer para nuestras propias comodidades y olvidarnos de los demás. Antes con menos éramos más felices, puesto que «no es más feliz el que mucho tiene sino el que menos necesita», como dicen los sabios. Además, la vida va demasiado rápida y las prisas, malas consejeras, te llevan a la precipitación, es decir, al abismo. Nos dejamos engañar, nos olvidamos de nosotros mismos porque tenemos la mente embotada de cosas que en su mayoría no son de utilidad. Así nos van las cosas de mal, ahora la crisis, el paro, la delincuencia, etcétera. Mañana sepa Dios lo que nos aguarde; aún nos queda algo, la esperanza, que es lo último que se pierde. Pero ante todo tenemos que ser nosotros mismos y no dejarnos influir por nada ni nadie. Tenemos que cambiar muchas cosas. Debemos tener una personalidad lo bastante sólida y consistente. ¡Oh cuánta añoranza! esos olores y sabores de los viejos ultramarinos del pasado siglo, o tiendas de comestibles como las denominábamos. El olor a café recién molido, el pan y tortas aun calientes en la mañana temprana de cada día. Las legumbres variadas a granel, el bacalao cortado en la guillotina, la mantequilla de tres colores, el chocolate grueso Virgen de la Cabeza vendido por onzas.
Los tiempos que tanto añoro con motivos sobrados quizá vuelvan o no. Aunque se dice que ya no vuelven yo no pierdo la esperanza, sí, la esperanza, qué bonita palabra, porque nada es imposible —gran virtud—. Ahora la necesitamos más que nunca con tanta adversidad en nuestros días. En este siglo XXI es todo tan insípido que le falta la chispa que antes poníamos, es decir nuestro granito de arena; que formaba grandes montones de causas nobles haciendo bien. Ahora cuán insulsa es la vida, sin encanto, con prisas y agobios; sin pararnos ni siquiera a saborear el momento que vivamos sea cual fuere; (CARPE DIEM). Ejemplo, una copa de vino con un amigo/a, una buena conversación, un paseo por cualquier ciudad y su casco antiguo, un café de sobremesa, contemplar un amanecer o atardecer con sus bellos arreboles de colores. Y tantas cosas bonitas que nos rodean y no queremos ver. “Todo tiempo del ayer y del pasado fue mejor”; como exclamó el poeta.