Tiempo de reencuentros
Después del inevitable viaje que suele marcar el inicio de las vacaciones por fin se puede disfrutar de esos anhelados días de descanso. Queda atrás la rutina del trabajo y los lugares comunes, esos que forman parte de la vida diaria, para adentrarnos en el ocio, citarnos con amigos con los que compartimos aficiones, conocer otras gentes y culturas, pero sobre todo reencontrarnos con las personas más queridas, a las que quizás hace mucho tiempo que no vemos.
Cada año venimos con nuevas ilusiones, pensando realizar aquella actividad que tantas veces hemos aplazado, leer aquel libro que nos recomendaron, hacer algo de deporte para sentirnos bien, e incluso abandonarnos a la buena mesa y mejor vida que suele engordar más de lo que es aconsejable. Ya veremos luego cómo volvemos a meternos en cintura. Es tiempo de disfrutar y para ello nada mejor que ocuparnos de unos personajes entrañables que llenan la vida de ternura, esos nietos que llegan con los ojos limpios, miran a los abuelos, sonríen y ponen la casa patas arriba, llenándola de ruidos desacostumbrados, de gritos infantiles, de carreras en pos de la pelota que amenaza romper el jarrón más preciado en el salón, de lloros o pucheros que desgarran el corazón de los abuelos, que solo saben mirarlos con arrobo, jugar con ellos hasta la extenuación y mimarlos quizás para compensar las muchas veces que no pudieron o no tuvieron la paciencia para hacerlo con los propios hijos. Qué experiencia hay más grata que cuidar de ellos y permitirles los pequeños caprichos que tanta ilusión les hacen, volverse niño con ellos y jugar a ser niños compartiendo los juguetes mientras los padres, que bien merecido lo tienen, se liberan un poco de su cuidado, descansan y reponen fuerzas para luego volver al duro oficio de criarlos y educarlos día a día. Sí, después de unos días disfrutando de los nietos, no me cabe ninguna duda. He de decir con el corazón gozoso que es una buena cosa eso de ser abuelos, asumirlo y tener la oportunidad de ejercer ese oficio que suele llegar a una edad en la que la vida es todavía amable, aunque por desgracia para algunos sólo sea posible por unos días durante las vacaciones. Y luego queda todo el resto de año para añorarlos, mirar sus fotografías y contar sus batallitas, que son las nuestras.
Francisco Casas es escritor