Teresa como ejemplo

La mayor crisis sanitaria en la historia reciente en España tiene una única culpable: Teresa Romero.  Debemos interiorizarlo, ese es el mensaje que debe calar. El eslabón más débil de la cadena tendrá que asumir sus responsabilidades. En una diabólica perversión, a quien deberíamos ensalzar por ofrecerse voluntaria a tan difícil tarea, con la precariedad de su situación laboral como único traje a medida, hay que buscarle fallos, faltas, lagunas en su relato. Un todo vale en el que el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, tiene licencia para calumniar. Un tono el suyo que solo se puede alcanzar desde la prepotencia y la bajeza moral.

13 oct 2014 / 10:12 H.

Gracias a su templanza y a su empatía como médico sabemos que Teresa “tuvo tiempo de ir a la peluquería, no estaría tan mala” y que esta profesional no debe ser de fiar “porque pudo haber mentido”. Cada minuto que pasa en el cargo evidencia que su relato y exabruptos son necesarios en el “protocolo informativo”. Que sus “perlas” son útiles para enturbiar lo evidente: Desastrosos fallos en cadena de principio a fin. La improvisación también es “Marca España” y en este asunto no íbamos a invertir una tendencia histórica.

Sorprende, no obstante, que hasta en la respuesta mediática, visual o estética, si se permite el adjetivo, sean incapaces de ofrecer un discurso conciso, coherente, una imagen de que se está trabajando bien, una vez cometido el error. Que el gabinete de crisis, realmente lo es y ejerce como tal. No. Al contrario, los balbuceos de la ministra Ana Mato, la lentitud en la toma de decisiones alarman a los profesionales, cuanto más a una población atónita a quien se aseguró que no había riesgo alguno de contagio.

Desde Sierra Leona, Jota Echeverría, un médico español detalla en varias cartas publicadas en “El Huffington Post” los estrictos procesos y medidas preventivas que se toman en un país con más de dos mil muertos por el ébola. El que alguien sobre el terreno diga que los famosos trajes PPE usados aquí son insuficientes, que detalle el uso de dobles guantes o las dos semanas de entrenamiento para aprender a ponerse el traje y de la obligatoria supervisión de ese proceso deja, desde la distancia, en pañales a nuestros protocolos y al ocurrente consejero con su “máster para ponerse el traje” con las vergüenzas al aire.