Surtidores de una sustancia vital
Al hombre contemporáneo le cuesta trabajo entender la importancia de la extracción de la sal, una sustancia fundamental para el metabolismo en el cuerpo. Hasta hace solo unas décadas el mineral también tenía una papel primordial para la conservación de alimentos, entre ellos los de la matanza. Cuando las redes comerciales no eran tan fluidas como las actuales, obtener el cloruro de sodio, sobre todo en las zonas de interior, era una tarea vital para las comunidades humanas.
En Alcalá la Real, documentos antiguos habla de la salina de La Rábita, por hallarse en ese partido de campo. No era la única en la zona, pues en el norte del término de Castillo de Locubín existen otras de mayor envergadura. También debieron de existir en el entorno del núcleo alcaudetense de Sabariego. Volviendo al territorio alcalaíno, el afloramiento de sal se encuentra en el barranco de Las Grajeras, en las cercanías de la aldea del mismo nombre. Es muy probable que se trate de la salina que aparece en una representación gráfica, hoy propiedad del Ayuntamiento, datada, de acuerdo con el historiador Francisco Martín, en el siglo XVII, aunque no se descarta que estuviera en el paraje rabiteño de La Laguna. Es un lugar de acceso complicado, muy abrupta y situada junto al lecho de un torrente. De la ancestral actividad, boyante antaño, hoy solo quedan los vestigios. La presencia de este curioso espacio es desconocido por la mayoría de los alcalaínos.
El sistema de obtención es relativamente básico. Existe un manantial salobre de carácter permanente —en este caso el caudal es bastante modesto— en el que el agua aflora después de pasar por capas geológicas con alto contenido en cloruro de sodio. En el entorno se construyó unas pozas cuya finalidad era que el líquido quedara estancado y después se sedimentara en los bordes. En la que existe un cortijo llamado Las Salinas. Los más antiguos refieren que el mineral se envasaba y cargaba en bestias o bien se llenaban cántaros con el salobre flujo.
La presencia de la sal permitía su utilización para el autoconsumo o para venderla, de lo que se deduce que acudirían familias del contorno para recogerla, una vez evaporada el agua. En los alrededores se observan galerías, algunas de considerable longitud, que recorren el subsuelo en la búsqueda de las salobres aguas del entorno.