Soy de pueblo

Yo soy de pueblo. Y muy orgulloso de serlo, de Porcuna para más señas. Es más, siempre lo digo con el mayor de los orgullos, despojando la expresión de las connotaciones negativas que, en ocasiones, se le quiere dar. Y es que la evolución  que han experimentado los pueblos en los últimos 30 o 40 años es enorme. Ser de pueblo es sinónimo, en la mayoría de las ocasiones, de calidad de vida, es sinónimo de disfrutar de una infancia con mucha más libertad y contacto con la naturaleza, con las gentes, de interacción constante, de charlas con los vecinos y de muchos buenos días y buenas tardes. Pero también es sinónimo de vivir bien con mucho menos o, al menos, de vivir sin tanta asfixia.

    06 ago 2012 / 08:11 H.

    Y eso bien lo saben todos los jóvenes, que son muchos, y no tan jóvenes, que hace unos años emigraron a otros puntos del territorio nacional (el Levante, Madrid, Cataluña…) alentados por la efervescencia de la construcción, la hostelería y el turismo o el arreglo, construcción y mantenimiento de carreteras. Muchos de estos jóvenes, que han formado sus propias familias, que se embarcaron en la aventura de una pesada hipoteca que en la actualidad les escuece… estos jóvenes, nuestros jóvenes, son los que hoy están volviendo a sus pueblos, al calor (más que nunca) del abrigo familiar, del techo bajo el que se resguardaron, a los campos de los que un día se alimentaron, al lado de esos padres que siempre reciben al hijo y “a lo que venga” con los brazos abiertos, como abiertas sus despensas y a disposición sus, en ocasiones, escasos recursos. El llamado “éxodo rural”, del campo a la ciudad, que surgió con la Revolución Industrial, a partir de la segunda mitad del siglo XX y que se ha ido desarrollando y alargando en las décadas siguientes, hasta llegar al goteo de emigración de este siglo XXI, se está viendo eclipsado por el mismo fenómeno, pero a la inversa. Esta maldita crisis está ocasionando que familias enteras, familias en formación… vean truncados sus sueños de prosperidad en los lugares que un día eligieron para vivir. Esta maldita crisis está ocasionando que padres, abuelos, tíos… agudicen wel ingenio para alargar “la paga”, para aumentar la olla y llenar la orza para unos cuantos más, para buscar cualquier resquicio laboral con el que traer un jornal a casa y plantar unas pocas simientes más en las huertas para obtener más frutas y verduras, alimentos propios que al final restan en la cesta de la compra y suman en la cartera. A algunos este panorama que hoy pinto les puede parecer lejano, para otros, en absoluto. Esto está pasando en nuestros pueblos, ese éxodo rural a la inversa se vive cada día en los municipios de la provincia, esa ayuda de la familia se está convirtiendo en paraguas o tabla de salvación para muchos de nuestros jóvenes que regresan con sus retoños a los que intentarán dar la infancia que un día ellos tuvieron, en las mismas calles, con las mismas gentes, apelando a la solidaridad de los vecinos, de los amigos, de la familia. Hoy más que nunca estoy orgullosos de ser de pueblo.
    José Francisco Lendínez es enfermero