SOR MARÍA DOLORES DE NAZARET: "Desde la clausura no hay barreras"

María Dolores García Márquez
Sor María Dolores de Nazaret nació hace 24 años en Campillo de Arenas. Creció en el seno de una familia cristiana que la educó en la fe. Le gustaba escuchar de los mayores sus experiencias de vida. Un día sintió que su felicidad estaba en una vida entregada a los demás a través de la oración en la Clausura y con esta vocación ingresó en el Convento de Santa Clara de nuestra capital.

    25 oct 2009 / 10:39 H.

    —¿Cómo ocurre que una chica tan joven decide romper con su vida e iniciar otra tan distinta?
    —En un momento determinado sientes que Dios te llama, y siembra en ti esta inquietud. La decisión de dedicarle tu vida se lleva un tiempo, cuando lo ves claro lo haces. En mi caso no fue difícil porque de alguna forma mi decisión concuerda con mi vida anterior.
    —¿Cómo era su vida antes?
    —Desde pequeña siempre estuve muy metida en temas de la Iglesia. Con mis padres participaba en misa, fui monaguillo, y siempre ayudaba en todo lo que podía a los sacerdotes y a las catequistas. A los 14 años iba con un grupo de chicos del pueblo a visitar a personas mayores en sus casas 2 o 3 veces en semana, nos pedían que rezáramos con ellos el rosario. Lo recuerdo como una experiencia increíble, igual que  cuando escuchaba a las religiosas misioneras de acción parroquial que iban a mi pueblo, hablar de sus experiencias de vida. Todo esto iba creando en mí algo especial que me atraía aún más a las cosas de la Iglesia, a servir a los demás, pero nunca había pensado hacerlo como religiosa, sino desde la vida seglar. Es verdad que nunca me había planteado ser monja, a pesar de que lo veía como algo muy especial.
    —¿Y por qué las Clarisas?
    —Mis padres querían que tuviera una carrera y me vine a Jaén a estudiar auxiliar de Farmacia. Vivía en el Gran Eje y en el camino que hacía hasta Santa María de los Apóstoles, que era donde estudiaba, pasaba junto al Monasterio de Santa Clara, pero yo no sabía qué había aquí. Al entrar a veces al patio y ver la imagen de la Virgen Inmaculada me preguntaba que si sería sólo una iglesia. Un día me enteré de que se celebraba la misa de inauguración de la “Casa de los sin techo” (siempre ha habido una zona en el monasterio dedicada a una obra de bien social) y se me ocurrió venir. Fue entonces cuando vi la reja y entendí que había un convento de clausura. Al entrar en la iglesia sentí algo tan especial que miré al sagrario y le pregunté al Señor que qué me estaba diciendo; era algo tan intenso y tan fuerte que no sé explicarlo y desde ese momento empecé a plantearme una vida de entrega a Dios.
    —Tomó la decisión de hacerse monja de clausura.
    —Sí, y comencé un proceso de maduración que fui viviendo en todas las actividades de mi vida. Desde que llegué a Jaén colaboraba en la parroquia de la Santa Cruz, que me correspondía por domicilio; trabajaba con Cáritas Parroquial y también pertenecía al grupo de jóvenes y hacíamos convivencias y excursiones. Hicimos el Camino de Santiago y también estuvimos en la Virgen del Rocío. Sentía que cada experiencia que vivía me acercaba más a esa llamada. Lo que había a mi alrededor no me llenaba como antes, ni incluso el servicio que prestaba a los demás desde mi puesto de  trabajo en la farmacia. Busqué cómo contactar con las mojas y comencé mi relación con ellas. Lo primero que hacía cuando llegaba al monasterio era besar el suelo, porque me sentía en mi casa. Mis amigas me decían que se me notaba la felicidad cuando estaba en el convento, cuando salía del locutorio y me iba a la calle perdía esa alegría.
    —¿Cómo respondieron su familia y amigos ante esta decisión?
    —Muchos lo entendieron y muy bien, me apoyan y se alegran por mí. Pero otros no lo hicieron, y siguen sin aceptarlo, incluso me critican; yo acepto que no lo comprendan pero creo que en todo caso habrían de respetarme.
    —¿Y por qué cree que hay quien no lo entiende?
    —Quizá cuando me dicen que “con lo bien que nos lo pasábamos” será porque me echan de menos. Se vive como una pérdida el que una persona se consagre en una clausura, pero no es así porque a algunos quizá los vea más que antes. Para otros puede ser una reacción de rechazo a lo diferente; por ejemplo, no se entiende bien que viva sin dinero, y para mí lo material no tiene ningún valor porque aunque parece que te llena te va dejando vacío, yo siento que el “llenarte” es otra cosa.
    —¿Cómo es la vida en el convento?
    —Si no tienes vocación no la aguantas, ni ninguna vida consagrada, porque supone muchas renuncias. Pero ahora me siento feliz, plena. Desde aquí experimento que estoy al servicio de Dios y del mundo, con la oración, con el trabajo, con el esfuerzo; por ejemplo, una de las oraciones del día va dedicada a pedir al Señor por todos los enfermos y en especial por aquellos que más lo necesiten. Vivimos detrás de una reja, pero creo que más en el mundo que muchos, porque hacemos nuestros todos los acontecimientos del mundo, ya sean alegres o tristes.
    —¿Se ha sentido presionada en alguna ocasión?
    —Para entrar en el convento ni una vez, ni en el pasado ni ahora; nadie, ni incluso las monjas con las que convivo, me preguntan si me voy a quedar con ellas; no me siento para nada presionada. Lamentablemente, al contrario sí ha habido personas que han intentado que cambiara de opinión y no diera este paso. Dios te da la vocación, te llama, pero eres tú quien toma la decisión, y esta es la mía libremente tomada. Es la decisión de mi vida, mi destino. Además, pienso que cuando Dios te llama no hay que pensárselo tanto, supongo que igual que cuando encuentras a tu pareja tienes claro que es con ella con quien quieres pasar el resto de tu vida.
    —Desde su experiencia, ¿qué mensaje le gustaría comunicar a los jóvenes como usted?
    —Considero que mucha gente joven, y aun no tan joven, de ahora, no se ha planteado nada en la vida, y hay que comprometerse, buscar cuál es tu misión, tu servicio y tu felicidad, porque sólo se tiene una vida que se nos va de las manos enseguida. Sé que hay mucha gente joven a la que Jesús toca el corazón, pero que no da el paso por muchos miedos; les diría que sean valientes y decididos en sus vidas, que Él sale al encuentro.