"Sor Encarni Rosales Padilla, los cimientos del convento de las dominicas"

 

Siempre se ha dicho que para que una obra resista los avatares de los tiempos, es fundamental que tenga una buena cimentación. Cimentar es fijar, fundar, establecer, instituir la base, el asiento, la plataforma de un edificio. El convento alcalaíno de la Encarnación tiene unos extraordinarios cimientos materiales, unos magníficos sillares de piedra que han contribuido a mantenerlo en pie. Pero esta casa no son sólo unos muros, unas celdas, un templo, una cubierta, porque esta casa es fundamentalmente un lugar privilegiado de oración, un espacio alcalaíno y centenario para la vida contemplativa y la caridad.

Los aires desfavorables nunca han podido con esta fundación tan espiritual. Cierto es que ha habido y habrá momentos peores y mejores en la historia de este monasterio dominicano, pero la Divina Providencia ha querido mantener a estas hermanas en Alcalá, contra viento y marea, y para ello se ha valido de personas concretas y esperanzadas, de gente sencilla y humilde, no necesariamente de vasta formación y cultura. Nuestra hermana sor Encarni ha sido un ejemplo de constancia y convicción para todos nosotros. Señalada por el Señor para ser testigo de la fe, ha mantenido viva la llama durante setenta años en esta comunidad, de una forma natural, a fuerza de rezar y trabajar por los demás.

La recordaremos siempre en los escenarios de su quehacer cotidiano: la huerta, los animales de la granja, las macetas, barriendo claustros y pasillos, faenando en la cocina en la comida diaria o en la temporada de los dulces navideños… Ora et labora… Menuda y simpática, tuvo una fuerte personalidad que hacía temblar al más pintado. Personalmente guardo gratísimos recuerdos de ella. Estoy seguro que también lo tendrán cientos de alcalaínos. Mis conversaciones habituales estaban llenas de cordialidad y cariño. Eran charlas superficiales, insignificantes, sin más consecuencia. Pero también las tuve profundas, íntimas y trascendentes. Cuando la amenaza del cierre de esta casa se posaba en el ambiente, me dijo sor Encarni: “Mire usted, padrino, por mucho que se empeñen, este convento va a continuar abierto. Y aquí estoy para defenderlo como sea y con lo que haga falta… De aquí no me saca nadie, como no sea con los pies para adelante…” Después nos sonreíamos, nos reíamos de la ocurrencia, y, desde lo más hondo, rogábamos al Altísimo y a Nuestra Madre Santísima que atendiera nuestras súplicas.

Cuando se nos escuchó allá arriba y comenzaron a llegar nuevas hermanas de países lejanos, volvimos a platicar con el cariño de siempre: “Padrino, soy muy feliz. Ya le he dicho al Señor que puede recogerme. Este convento se ha salvado. Ojalá lleguemos a quince, como en los buenos tiempos…” El estado físico de nuestra hermana dio entonces un bajonazo, como si el alma iniciara un progresivo declive para auparse definitivamente hacia la morada celeste.

Y la “muñeca” de este monasterio, como la llamaban las más jóvenes, se hizo un entrañable “juguete”, entre comillas, al que había que cuidar. Nuestras hermanas han gozado de su cariño, de su sencillez, de su ejemplo, de su paciencia en los cuatro últimos años, yacente en ese lecho de piropos y mimos. Nunca tuvo en esta etapa un exabrupto, un mal modo, una brusquedad… Siempre agradecida, su mente cada vez más ingenua por la enfermedad, regresó a los recuerdos de la infancia, de una forma pura y complaciente. Todo ha sido limpio en su trayectoria terrena. Hasta en el trance de la muerte ha sido campechana. Se ha ido sin ruido, haciendo el bien, rezando, trabajando por los demás. Desde el cielo han bajado los ángeles para llevarla ante Nuestra Señora, ante Dios, uno y trino, ante Santa Catalina... Y hasta nuestro padre Santo Domingo se ha bajado del retablo para acompañarla en el cortejo.

Sor Encarni, pequeña e insignificante, y grande en la fe, ha formado parte de la cimentación de este gran edificio espiritual, que mantiene erguida la centenaria institución dominicana en nuestra ciudad. La recordaremos siempre. Sor Encarnación Rosales Padilla, ruega por nosotros.

 

 

 

 

24 nov 2015 / 19:35 H.