Sometimiento por simplificación

Vemos lo que queremos ver, oímos lo que queremos oír, vivimos creyendo que elegimos lo que vivimos cuando todo lo que vemos, oímos y, en general vivimos no es sino una proyección holográfica recogida y procesada por receptores y transmisores sobre los que no podemos actuar.

    08 mar 2014 / 10:23 H.

    Es decir estamos a merced de unos dispositivos de energía que actúan según un programa que nos dicta lo que es rojo, lo que tiene barba, lo que es calvo, justo o injusto, sano o enfermo, falso o verdadero, valiente o cobarde, lo que es razón o locura. Nuestro consciente —que lo único que sabe hacer es refugiarse en la anécdota—, en el mejor de los casos, representa un cinco por ciento de lo que somos, siendo incapaz, en condiciones normales, de acceder a los códigos que dirigen nuestra existencia. La comunicación entre las personas, tanto si están de acuerdo con sus ideas como si no, parece garantizar la solidez de una realidad que creemos controlar. Pero según la física cuántica y la neurociencia más avanzada nada de lo que creamos estar seguros es real.  En palabras de Rodolfo Llinás “los humanos nos hemos puesto de acuerdo en una especie de alucinación colectiva estándar”. Todo lo que vemos o decimos está alimentado por una estimulación de detectores que actúan de diferente forma y se conectan entre ellos dependiendo de factores combinados con una información codificada en nuestra memoria traicionera. Como escribe Xurxo Marino en “Neurociencia para Julia”: “Recordar un hecho modifica el propio recuerdo”, así pues “la mejor manera de mantener un recuerdo imperturbable es no accediendo a la memoria”. Para la física cuántica un fotón (una partícula de energía) está en todas partes al mismo tiempo hasta que intervenimos sobre él; esto es: la realidad es la totalidad de todo; lo que cada uno de nosotros creemos ver u oír o decidir es una ínfima parte llamada consciencia. Pero es esa ridícula visión parcial del mundo la que proporciona rentabilidad a las castas dominantes y ejecutoras, que impiden cualquier posibilidad de acceso a otra dimensión de la realidad y, por lo tanto, de intervenir en nuestras propias vidas, bloqueándolas y reduciéndolas a la mera fatalidad de los contrarios; o sea, marginando o integrando, defendiendo a un partido político o matando por los colores de un equipo de fútbol. Una burda pero sofisticada maniobra que somete a la fértil multiplicidad del mundo a dos: señores y esclavos.

    Guillermo Fernández Rojano es escritor