SOCIEDAD.- Pío Aguirre, el juez de la sencillez
Rafael Abolafia Morales
Pío Aguirre recibe una llamada justo antes de comenzar esta entrevista. Al otro lado del teléfono está un alto miembro de la Judicatura española: “Si yo estoy muy bien en Jaén..., que estoy en la Gloria, que no me muevo de aquí”, responde el magistrado jiennense para rechazar la propuesta que, medio en serio medio en broma, le hacen para ocupar un puesto en el Tribunal Supremo. La conversación refleja un aspecto fundamental de la personalidad de este jiennense: Pío Aguirre forma parte del paisaje de esta provincia, ejerce como el mejor de los embajadores allá por donde pasa y saca pecho por su patria chica cada vez que tiene oportunidad.

Pío Aguirre recibe una llamada justo antes de comenzar esta entrevista. Al otro lado del teléfono está un alto miembro de la Judicatura española: “Si yo estoy muy bien en Jaén..., que estoy en la Gloria, que no me muevo de aquí”, responde el magistrado jiennense para rechazar la propuesta que, medio en serio medio en broma, le hacen para ocupar un puesto en el Tribunal Supremo. La conversación refleja un aspecto fundamental de la personalidad de este jiennense: Pío Aguirre forma parte del paisaje de esta provincia, ejerce como el mejor de los embajadores allá por donde pasa y saca pecho por su patria chica cada vez que tiene oportunidad.
Acaba de regresar a Jaén tras cinco años en Madrid, donde ha ocupado uno de los puestos de mayor responsabilidad que puede desempeñar en la Judicatura. Ha sido vocal del Consejo General del Poder Judicial, el órgano de gobierno de todos los jueces de España. “Para mí fue el culmen”, resalta. Su trabajo le ha valido ser condecorado con la Gran Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort, la más alta distinción que un jurista puede lucir en su toga. Se la impondrán el 4 de abril en un acto que se celebrará en Jaén por su expreso deseo: “Lo que a mí me importa es que vengan mis amigos a estar conmigo”, asegura con una sorprendente naturalidad.
Los que lo tratan en las distancias cortas confirman que siempre ha sido así, desde que era un niño. Pío José Aguirre Zamorano nació en Jaén un 28 de mayo del año 1951. Hijo de un prestigioso ginecólogo que trajo al mundo a varias generaciones de jiennenses, fue el mayor de ocho hermanos. Dio sus primeros pasos en la calle Jorge Morales, entre La Alcantarilla y San Ildefonso. La familia, que ya empezaba a ser numerosa, se mudó a principios de los años 60 del siglo pasado al Paseo de la Estación. Estudió en Maristas: “No era un buen alumno”, reconoce sin ambages. De hecho llegó a suspender varias asignaturas de ciencias —Química y Matemáticas— en su época de bachiller. “Me pasaba todo el día en la calle, jugando con mis amigos. Era normal que no aprobara”, se justifica.
En la Universidad ya fue otra historia. Comenzó los estudios de Derecho en el año 71, en Granada. “Me gustaban las leyes. Lo tuve claro desde el principio. Sé que a mi padre le hubiera gustado que fuera médico como él, pero ese fue uno de los muchos ‘disgustos’ que le di”. Pío Aguirre recuerda la época universitaria con especial cariño: “Aquello fue como una liberación para mí. Granada era la libertad, salir de una ciudad muy pequeña para vivir en un hervidero de gente”.
Durante la carrera, al estudiante apenas veinteañero ya empezaba a rondarle una idea en la cabeza: quería volver a Jaén. Así que desechó ser jurista militar —su bisabuelo hizo carrera en el Ejército y llegó a ser general— y se marcó la meta como juez: “Lo tenía claro desde el principio”, recuerda ahora. Tras licenciarse, en 1976, se doctoró con sobresaliente en la cátedra de Derecho Natural, dirigida por Andrés Ollero, hoy magistrado del Tribunal Supremo. Paralelamente comenzó a estudiar las oposiciones para ser juez. Primero, en Granada: “Tuve que venirme a Jaén, porque no me iba bien allí. Había muchas distracciones”, confiesa.
Ya en la capital jiennense entró a formar parte del grupo dirigido por Mariano Monzón, fiscal jefe de la Audiencia y preparador de oposiciones —por sus manos pasaron, entre otros, Jesús Passolas y Carlos Rueda—. “Fueron años en los que maduré de forma extraordinaria”, afirma. Los resultados llegaron casi inmediatamente: Pío Aguirre ingresó en la carrera judicial en 1979. Tomó posesión de su primer destino —Ceuta— a mediados de ese mismo año. “No sabía ni dónde había que firmar”, recuerda. Allí permaneció durante cuatro años y medio, en los que se forjó debajo de una toga. Una prueba de fuego en una plaza de las más complicadas, que le enseñó lo que es trabajar duro.
A principios de 1984 regresó a Jaén, en concreto a Villacarrillo. Dos años después logró plaza en el antiguo Juzgado de Distrito número 2 de la capital y en 1988 formó parte de la primera promoción de jueces especialistas en Menores. Desde el momento inicial demostró su capacidad de liderazgo y en 1991 fue elegido por sus compañeros decano. Repitió cargo en dos ocasiones más, siempre por unanimidad, hasta que el Poder Judicial lo nombró presidente de la Audiencia. En sus casi diez al frente de la institución logró modernizarla y convertirla en una de las mejores de España. “El mérito no fue solo mío, sino de todos los jueces, fiscales y funcionarios que han pasado por ahí”, manifiesta.
El 23 de septiembre de 2008 recibió una llamada telefónica que cambió su vida. Fue nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial, la más alta responsabilidad que puede alcanzar un magistrado. En el órgano de gobierno de la Judicatura dirigió tres áreas de las más complicadas, las comisiones Disciplinaria, de Inspección y de Estudio de Cargas de Trabajo. Tras cumplir su mandato de cinco años, regresa a Jaén para ocupar su plaza como presidente de la Sección Segunda de la Audiencia —“mi casa”—. En su currículum vitae Pío Aguirre acaba de incluir la distinción como “Jiennense del Año”. “Para mí es muy, muy especial”.