Siete vidas que no morirán por la excepcionalidad de su arte

Texto: Diana Sánchez Perabá / Fotografías: archivo
Como si estuvieran tocados por la gracia de una musa griega que los envolvió con un halo de ingenio y creatividad, existe un Olimpo de jiennenses cuyos nombres quedarán, de por vida, marcados en el firmamento. Siete personas para siete artes. Disciplinas clásicas y modernas en las que sobresalieron del resto para convertirse en referencia con su estilo.

    09 dic 2012 / 11:03 H.

    Creadores que enarbolaron la bandera de su provincia sobre el pedestal de su especialidad. Tras el telón de la fama, siete vidas que no morirán, porque se encargaron de grabarlas a base de tesón, entrega y amor por su trabajo o, simplemente, por su forma de vida. Con un don innato heredado como aporte extra a sus habilidades también regadas con gotas de inspiración, estos siete jiennenses magníficos no solo se reconfortaron con sus obras. Porque si algo hay de bello en un artista es su capacidad de compartir. Y es que en su razón de ser no están solos, ya que entran en juego ellos, su obra y el público. Receptores que sobrepasan edades, culturas, ciudades, países y épocas. De ahí el milagro de su existencia y el valor del legado que regalan al mundo. 
    Mientras las musas les susurraron sus secretos, sobre las tablas se expande la estela que estas criaturas imprimieron transformada en canciones imborrables que pasan de padres a hijos; coreografías que rompieron moldes desde la rabiosa delicadeza de un taconeo o intérpretes capaces de hacer llorar y reír con una sola expresión facial. Lienzos con formas, colores, texturas traducidos en vivencias, miserias, alegrías, ideas y conceptos tan personales y tan universales, al mismo tiempo, y que son el resultado de una mano guiada por seres de otro tiempo.
    Expuestas al mundo destacan obras como aquel bruto de mármol o de bronce que fue personalizado por la gracia de una fuerza jiennense para abrumar a humanos con miradas de piedra inquisidoras o piadosas. Mentes prodigiosas que lograron levantar ante sus pies construcciones creadas en la memoria para deleitar no solo con el impacto de una fachada sino también con la belleza que guarda el interior de un edificio. Historias que calaron por medio de la palabra escrita. Letras que configuraron tramas, subtramas, capítulos o prólogos, para hacer adicta a una legión de lectores enganchados al lenguaje de eruditos jiennenses.
    Y el séptimo arte, el único reconocido por un número ordinal gracias a la aportación del italiano Ricciotto Canudo con la expresión de su “Manifiesto de las siete artes”. Ojos y oídos privilegiados que fueron capaces de diseñar imágenes y sonidos para construir vidas sobre la gran pantalla.
     Son el orgullo de la tierra que los vio nacer, la que los crió y la que los alimentó para darles luz durante el camino que decidieron tomar. Mortales que bebieron de la misma raíz, de aquella matriz que todavía acoge a quienes viven, pero también a los que dejaron, con su arte y su obra, la huella de la excepcionalidad de su alma.