Si yo fuera santanera
El conflicto de Santana no deja de ser un problema de educación. De haber educado mal, en este caso, a los santaneros. Querer no es consentir. A los hijos no se les puede dar todo, todo y todo, por mucho que se les quiera, porque acaban como el repelente niño Vicente. Mimados y sin saber dar un palo al agua.
La Junta no ha sabido ser estricta con estas criaturas, a las que les ha dado todo lo habido y por haber, con esfuerzos soberanos que ya quisieran otras empresas de la provincia. Por un puñado de votos y con dinero de todos los andaluces ganaron voluntades, hasta crear un monstruo. Ahora los tienen en pie de guerra precisamente por eso, para exigir a la Administración regional sus últimas promesas. Y conste que están en su derecho, por supuesto, sin la más mínima duda. Donde busquen el apoyo ciudadano lo encontrarán, porque no piden nada que no les hayan asegurado que es suyo. Se sienten engañados y es posible que motivos no les falten. No se van a resignar, tal y como repiten hasta la saciedad, y tienen ánimo para luchar hasta donde sea necesario. Parte el alma la imagen de ver a esos hombres bajo un sol de justicia, de vuelta a sus casas después de cortar la vía del tren en la Estación de Linares Baeza, con la cabeza agachada. Dicho esto, está claro que el problema es que jamás se debió dar lugar a crear unas expectativas que ahora no pueden llegar a materializarse.
Parafraseando al presidente de Estados Unidos J. F. Kennedy (1961) y salvando obviamente la distancia, si yo fuera santanera pensaría qué puedo hacer yo por Santana y no qué pueden hacer Santana o la Junta por mí. Si sabemos construir coches, como se ha demostrado durante décadas, ¡vamos a ello! El tiempo que ahora dedican a organizar la próxima movilización, que se emplee en reflexionar sobre cómo generar por sí mismos. Tienen dos manos y cabeza para trabajar. Corren tiempos difíciles y complicados, pero para todos. Hay que producir, no llorar.
jgonzalez@diariojaen.es
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