Si yo fuera música
Hay que echarle bemoles para aguantar a estos políticos que nos hemos votado nosotros mismos. Con el culebrón del edificio para el nuevo Conservatorio Superior nos están haciendo bailar el compás de compasillo, hasta poner en solfa hasta al que no sabe solfear. Después de la histórica cesión de la obra del arquitecto Moneo para dar clases a los virtuosos del lugar, llega esta semana la Junta, coge la batuta y dice que el Ayuntamiento le ha tocado la corchea y la semicorchea y que se van a hacer su casita a otra parte.
Como rabieta de niños pequeños se entiende, pero entre personas adultas resulta inconcebible. Semejante esperpento no tiene ya nombre. Es alucinante que se lleve a un extremo tan aberrante la disputa entre dos partidos políticos, personificados ahora en el alcalde, José Enrique Fernández de Moya, y en el consejero de Cultura, Luciano Alonso. Suerte tienen de que la directora del Conservatorio Superior sea Inmaculada Báez, una señora prudente como ella sola, porque otro habría enviado ya a sus niños a ocupar in secula seculorum la sede de alguna administración para reclamar lo que hace años les prometieron. O a meterle fuego a algo, en función del radicalismo que se tercie. Ahora, la penúltima promesa de la Junta viene en forma de partitura envenenada, porque sobre los terrenos del Bulevar en los que se propone levantar el nuevo edificio habría que aprobar aún un cambio en el PGOU y ver qué pasa con los restos arqueológicos. Y todo, por los plazos leoninos tanto legales como técnicos planteados por el Ayuntamiento que han saltado la chispa. El talento hay que mimarlo y a los genios musicales que tiene esta tierra —paraíso que asombra a propios y extraños y que hizo que la entonces consejera Mar Moreno convenciera en tres días al mismísimo presidente Griñán para implantar los estudios superiores— los tratamos a patadas.
Si yo fuera música y tocara el trombón iría todas las noches de serenata a casa del alcalde y, el fin de semana, a Sevilla. Me iban a oír.
Juana González Cerezo