Si yo fuera la bacteria E.coli

El 26 de mayo comenzó todo. En más de 200 millones de euros a la semana ha cifrado el sector hortofrutícola español las pérdidas por la injustificada alarma alimentaria alemana, precipitada y sin prueba alguna. Aunque desde el miércoles quedó demostrado que la bacteria E.coli no estaba en el origen, es decir, en el pepino andaluz, el daño ya estaba hecho.

    05 jun 2011 / 10:07 H.

    Y lo peor es que el consumidor foráneo aún no ha recobrado la confianza. La crisis pepinera no ha terminado, tampoco, porque los alemanes no han sido aún capaces de encontrar la verdadera causa de la fatídica intoxicación, algo fundamental y obvio para poder atajar el mal. Más de uno les devolverá el boicot en forma de espantar al turismo, porque hay que tener valor para irse allí de vacaciones sin saber si en cualquier esquina va a caer víctima de la enfermedad. Pero esa es otra historia.
    Hay que reclamar compensaciones económicas, por supuesto, pero también ser capaces de aprender del error (alemán, pero error a fin de cuentas) y escarmentar en cabeza ajena. La seguridad y la higiene no es nuestra mejor asignatura, seamos realistas, y nadie puede asegurar que el problema que ahora sufren en el país germano no puede suceder en cualquier otro lugar de Europa. Y España, desde luego, tan dependiente del sector turístico, debería replantearse ciertas barbaridades aceptadas como normales y a las que no se pone remedio porque nunca ha pasado nada grave. Solo hay que irse a algunos servicios públicos y echarse a temblar.  Ese es el gran punto negro al que no se presta atención y en el que las E.coli o sus primas hermanas y variantes diversas campan a sus anchas. No se presta atención a lo elemental. Pero si algo quedará de esta crisis, desde luego, es esa imagen de la consejera de Agricultura, Clara Aguilera, pepino en mano, comiéndoselo a pelo para demostrar que es lo más sano del mundo. Que lo es, pero mejor en gazpacho o en ensaladas. A más de uno le recordó aquella otra fotografía legendaria del comisario de Agricultura Franz Fischler comiéndose en Jaén una aceituna cogida del árbol, que le acababa de ceder “gentilmente” el pícaro de Paulino Plata. Tal cual.
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