Si yo fuera indignada

Yo estuve allí. Era un sábado 21 de mayo. La Puerta del Sol se había transformado en una gran acampada, organizadísima y repleta de carteles creativos a cual más original. (“Si los ricos son ricos, cómetelos”, “No lo digas, hazlo”, “Estoy reflexionando… ¡me cago en tu p. madre!” ). Unos recogían firmas, otros repartían crema solar, un grupo debatía alrededor de una fuente y muchos, muchos medios de comunicación, a pie de calle y unidades móviles en las azoteas.

    19 jun 2011 / 09:32 H.

    Un gran teatro de indignados en vivo y en directo.  Con el paso de los días, al núcleo original se han adosado otros grupúsculos interesados. Como en un partido de fútbol, de cien mil espectadores hay cincuenta exaltados y no por ello toda la afición es culpable; los violentos y antisistema se han camuflado en sus filas para echar por tierra las normas de convivencia democrática, como ha pasado esta semana en las puertas del Parlamento catalán. Eso es inadmisible y, desde luego, ha habido una pasividad policial inexplicable. Pero aquí nadie dimite. 
    El movimiento ha sabido canalizar la desilusión que era un grito en la calle. Una válvula de escape de la olla a presión en la que tanto político mediocre o corrupto, —o ambas cosas que es peor—, habían llevado a la sociedad al desengaño más triste. Mi indignación personal venía de antes de aquel 15 de mayo (domingo 24 de abril, en esta sección, exactamente). Solo faltaba que los jóvenes se atrevieran a salir a la calle y sostener su protesta en el tiempo y en el espacio. Y lo hicieron ese 15-M. Hay que dejarlos que “decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan...”, como dijo Serrat. Adiós a la sobada melancolía de mayo del 68. Cualquier tiempo pasado no fue mejor.
    Si yo fuera indignada, de las verdaderas, no de los adosados para vivir del cuento, estaría orgullosa de haber tomado parte en algo que está llamado a cambiar el curso de la historia. Ellos no habrán logrado más trabajo para los jóvenes, ni cambiar el sistema electoral, ni que los bancos paguen por la crisis que provocaron, pero son la esperanza de que pueden lograrlo.  
    jgonzalez@diariojaen.es                           
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