Si yo fuera Iñaki Urdangarin

Nobles y otras realezas pululan últimamente por estas plebeyas páginas. No son actualidad por su buen tino, por la mesura y profundidad de sus pensamientos o por la ejemplaridad de sus acciones. Lo tienen todo a mano, una vida de postal y fanfarria, con niños rubios incluso, pero se empeñan en navegar por las cloacas de la vida por más que sus negocios se hagan en palacetes y a cuerpo, casi, de rey.

    08 ene 2012 / 10:29 H.

    Dice el refranero que así se las ponían a Fernando VII (las bolas de billar...), pero lejos de crear una gran empresa, dadas las facilidades del cargo, que dé trabajo a centenares de súbditos del reino, al yerno “bueno” del Rey se le ocurrió montar un tinglado, con apariencia de fundación, y andamiaje zafio, chusco. Urdangarin blandía su linaje regio y al político sin escrúpulos se le hacía la boca agua por utilizar un símil educado, palmas con las orejas solo por salir en la foto. El dinero era lo de menos, porque era público. Y así como Juan Palomo, Urdangarin y compañía desviaban negocio y dinero, presuntamente claro, a empresas gestionadas por ellos en la sombra que da la impunidad. Le pudo el “ansia viva” que diría Mota y ni tan siquiera las serias advertencias del Rey le hicieron desistir de una práctica que generaba tan pingües beneficios sin más esfuerzo que lucir palmito y estrechar manos. Sorprende que quien en su faceta deportiva atesoraba los nobles valores del sacrificio y el honor, una vez se enfundó el traje y la corbata dejó de sudar la camiseta y se transformó, a tenor del sumario, en el depredador cabroncete que, al parecer, todos llevamos dentro. Al contacto con el vil metal  se enajenó, de manera nada transitoria, porque Hacienda sigue la pista de los chanchullos desde 2004. Todo le parecía poco. Si fuera Iñaki me preguntaría si mereció la pena ganar tanto a cambio de mancharse de por vida y ser mofa navideña en lugar de motivo de orgullo y satisfacción, que diría el suegro. Y algunos contestarán, rápidamente, que sí. Confiemos en que no todo valga en el amor y en la guerra. Cantaba Sabina: “Asociado en sociedad con tales socios, se pueden imaginar que los amores van mal, la salud Marichalar, y no van bien los negocios”...