Si fuera damnificado del seísmo

Una insignificante decisión y unas consecuencias imprevisibles. Decidir si ir al parque con los niños, salir a fumar a la calle, conversar a la puerta de un negocio, coger la bicicleta. Actos rutinarios que un día acaban por ser fundamentales cuando eso que llamamos destino tuerce el gesto para sacarnos del escenario más o menos previsible del día a día. Las víctimas mortales del terremoto de Lorca estaban en el lugar y tiempo equivocados y, ahora, a sus familiares nadie les puede explicar cómo se producen esas fatales coincidencias.

    15 may 2011 / 09:51 H.

    Un por qué seco les acompañará siempre. Los datos científicos miden grados de intensidad, estado de la falla sísmica, tipos de suelo, localización del epicentro, distancia con la corteza terrestre, pero no nos pueden descifrar la secuencia del azar que salva a unos hijos mientras acaba con la vida de la madre. De buena y mala suerte lo calificamos, una manera de intentar aprehender lo inexplicable. Planificamos en función de fotos fijas que nos ayudan a ordenar nuestra vida, a intentar controlar el tiempo, pero, a poco que queramos verlo, existen hilos que somos incapaces de manejar. Otra vez Cormac McCarthy en su libro La carretera: “Siempre es mucho tiempo. Pero el chico sabía lo que él sabía. Que siempre es un abrir y un cerrar los ojos”. Conviene no olvidarlo.
    Mientras se apuntalan edificios, esas miles de personas que estos días deambulaban por un fantasmal centro de la ciudad recobrarán el pulso y se acostumbrarán a la precariedad de vivir de prestado, a cicatrizar heridas, a recordar lo imprescindible. La capacidad de levantarse, una y otra vez, es uno de los logros más conseguidos de este envase de carne y huesos con el que transitamos. También esa solidaridad inconsciente que no requiere de retransmisión en directo ni de programas especiales. Esa solidaridad por la que unos vecinos son capaces de jugarse el tipo por rescatar a otros de los escombros y otras tantas pequeñas historias tan sólidas que permitirán sacar fuerzas de flaqueza para recuperar el aliento, porque, a pesar de todo, vale la pena caminar.

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