Secundar la huelga

MANUEL ÁLVAREZ ALBA desde MARTOS. La novena huelga general de la democracia ya está en marcha: 14 de noviembre. Y en la mente, las preguntas de siempre: ¿tendrá éxito?, ¿servirá de algo?, ¿habrá que continuar? Por de pronto, sirve para remover las conciencias, para responder a las agresiones a los derechos democráticos, para paralizar las políticas de recortes, para cambiar el rumbo de las políticas actuales, para alterar el equilibrio social aunque moleste a una minoría, para decir no a tanto desbarajuste y para unir a la ciudadanía en la expresión del descontento.

    09 nov 2012 / 18:54 H.

    La huelga general, aunque muchos no lo crean, supone “un esfuerzo enorme” de los sindicatos para conseguir que todos los trabajadores de todos los sectores coincidan en un día de protesta y reivindicación por una causa justa. Es un elemento decisivo para ablandar las conciencias de los gobernantes —como ocurrió en 2002, cuando el gobierno de Aznar retiró “el decretazo”— , para cambiar una legislación o impedir que se apruebe o aplique una ley. Es muy necesaria, a pesar de que tenemos un Gobierno que no escucha, como contrapoder frente a la reforma laboral neoliberal y el desmantelamiento del estado de bienestar. No nos desilusionemos porque no haya un éxito inmediato, porque el Gobierno y muchos medios de comunicación pongan durante estos días todas las zancadillas que puedan, sigamos confiando en la acción colectiva para conseguir metas sociales más justas e igualitarias, sigamos luchando contra los recortes y no perdamos la esperanza de que la lucha de la mayoría dará sus frutos si no es de inmediato será en un futuro no muy lejano. ¡Ánimo, salir y participar por una causa muy justa! Me siento obligado a salir, a protestar y a ir a la huelga porque cada día hay más pobres y más ricos, porque esta política actual beneficia escandalosamente a las grandes fortunas, porque maltrata al vulgo reduciendo todo tipos de ayudas sociales, porque está aumentando infinitamente los impuestos de la clase trabajadora y de camino, reduciendo sus salarios, porque está abaratando el despido, porque está encareciendo la educación y la sanidad, a la vez, que la privatiza poco a poco, porque está criminalizando el derecho de reunión y de manifestación, porque mientras rescata a los bancos, echa de sus casas a las gentes no haciendo nada contra los desahucios —ahora se ve algo de luz—, porque está dejando a muchos jóvenes sin futuro, porque los nuevos presupuestos crearán más paro y más pobreza. En una palabra, está haciendo imposible la vida de los trabajadores. Ante esta situación de falta de diálogo la única fuerza que puede cambiar el rumbo de las cosas es la fuerza de la gente, movilizándose y actuando como se ha actuado cada vez que a lo largo de la historia se han producido importantes transformaciones sociales: desobedeciendo a lo que es injusto ya que si el pueblo no hubiera desobedecido todavía existiría la esclavitud, todavía los negros serían personas de rango inferior —lo dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 en su Preámbulo, el pueblo tiene el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”—. Ese poder de la gente es un poder invencible si sabemos utilizarlo. Aunque hay muchos ejemplos en la historia, uno de los más recientes lo vimos en España cuando la guerra de Irak. No hay fuerza alguna que se le pueda poner enfrente ante la unidad del pueblo. Por tanto, hay que sumarse al 14-N porque lo que se pide es justo, porque es el momento de frenar el masivo recorte de derechos laborales, sociales, económicos, culturales que imponen los mercados y la UE, porque hay que hacerle rectificar a este Gobierno que solo está consiguiendo empobrecer a los españoles, demoler el estado de bienestar y seguir enriqueciendo, aún más, a los poderosos. Nada va a sucedernos mientras nos mantengamos unidos. La unión, esa es la clave. Despertemos, conciudadanos, solo nos queda la dignidad de ser personas, no podemos consentir que nos la quiten. Esta huelga sirve para devolver los derechos que hace varias décadas conquistamos. Si hay que morir, hay que morir con las botas puestas.