Antonio Jiménez Monzón: "La clase media nunca ha tenido tiempo para sí misma"
ANTONIO JIMÉNEZ MONZÓN
Nuria Fernández / Jaén
Sobre la mesa de su cocina, en la zona más alta de su Cambil natal, se amontonan notas, lecturas y facturas que ha acumulado en los últimos días. Una edición de bolsillo de El manifiesto comunista y otra, igual de nueva, de El capital, dan una idea del tinte de los escritos que, desde hace meses, publica en Diario JAEN. Denuncia “las injusticias” y aprovecha la libertad de la que goza ahora para decir lo que siente. La crisis económica ha sido protagonista de muchas de sus “cartas al director”, declaraciones que cobran más peso si se tiene en cuenta que salen de la pluma de un hombre que ha criado a los siete hijos que, junto a sus nietos y bisnietos, adornan las paredes de su hogar. Se emociona al hablar de tiempos pasados y le brillan los ojos cuando menciona lo que considera desafueros. Ahora tiene tiempo para contar el esfuerzo que supuso salir adelante en una época en la que, afirma, los obreros y trabajadores no pintaban nada.

—¿Por qué se hace autodidacta?
—Tengo mucha iniciativa, he sido autodidacta en muchas cosas. Me pilló la guerra cuando iba al colegio, creo que tenía once años. Al maestro se lo llevaron al frente. De todas formas, las escuelas de antes no tenían nada que ver con las de ahora. Muchas veces salías poco más o menos como habías entrado. En un aula estábamos todos los muchachos del pueblo, sin distinguir edades. Aquello era una pena.
—Y a usted le gustaba estudiar.
—Por supuesto que me gustaba y, desgraciadamente, es ahora cuando estoy haciendo lo que me ha gustado. He estado cuidando a mi mujer durante ocho años, que tenía alzhéimer y, ahora, me duele decirlo, pero me siento más libre y capacitado y con más posibilidades de hacer lo que me gusta, que es escribir y resulta que se me da. Cojo un lápiz y un bolígrafo y lleno una página. ¡Nunca pude ni soñar con que podría exponer mis pensamientos al público! Eso es gracias a la democracia, no a ninguna persona en particular.
—¿Sobre qué le gusta escribir?
—Sobre todos los problemas de la sociedad, de la realidad de la vida y del sistema que tenemos. El sistema capitalista no es bueno.
—¿Por qué?
—Sólo hay que ver a dónde nos ha llevado. Esa forma de pensar tiene su justificación, pero la pierde cuando los poderosos se llenan los bolsillos y se alejan de la realidad de la sociedad. Me duele que un gobierno con el nombre de “socialismo” haga capitalismo. El trabajo no está valorado debidamente. ¿Cómo va a juntar un obrero cuarenta millones de pesetas para comprarse un piso con el jornal que tiene? Eso es lo principal. En uno de mis escritos digo que debería desaparecer la figura del empresario, no el pequeño, sino esos que tienen muchos obreros a su cargo, como las multinacionales, que el rendimiento de la empresa es la propiedad del empresario al día siguiente, y eso es una injusticia tanto en cuanto al obrero no se le da lo que se le tenía que dar. Nada de esto importaría si todos los trabajadores tuvieran un sueldo que les permitiera vivir con cierta dignidad.
—Deduzco que siempre ha sido obrero.
—Sí. Del campo conozco todo lo que hay que saber. Me ha gustado todo en lo que me pudiera especializar, todo lo que permitiera mejorar mi situación. Después trabajé en la albañilería. Empecé aquí con un maestro, pero pronto me puse por mi cuenta. Ya de casado, me marché a Madrid y a Barcelona porque aquí no había trabajo, pero siempre he vuelto. Pero me gustaba mucho estudiar.

—Estudié para electricista por correo por correo, pero no fue bien, porque para que un curso sea bueno tiene que conjugar teoría y práctica. Lo hice por correspondencia y mientras trabajaba en otras cosas. Es que los de la clase media nunca hemos tenido tiempo para nosotros mismos, y yo aprovechaba de aquella manera. Mientras vivía con mis padres nunca tuve ilusiones, pero cuando ya me casé y tuve la necesidad de mantener mi casa, eso me incitó a salir fuera y a aprender. También estudié radio mientras trabajaba en una finca que hay aquí cerca, que se llama “La Mata” y sobre la que también he publicado alguna crítica. La finca tiene 75.000 olivos. La recorríamos andando y nos teníamos que levantar a las seis de la mañana, y yo, muchas veces me acostaba a las dos estudiando. También leía mucho.
—¿Qué leía?
—Siempre me ha gustado mucho leer. Devoraba todo lo que caía en mis manos porque no tenía suficiente formación como para saber elegir. Algunos los compraba, otros me los prestaban...
—¿Militaba en algún partido político?
—De joven no. Ten en cuenta que me he chupado los cuarenta años de dictadura, pero cuando terminó, lo único con lo que soñaba era que se reconociera el valor de los obreros. Lo único que miré fue el partido que más avanzara a la izquierda. Soy comunista, pero de los que forman parte con Jesucristo, que yo considero a Jesucristo un adelantado de su época. Lo único que profesan ambos es “comunidad”, que sería lo justo en este puñetero mundo. Es unan pena que yo sepa por las noticias que hay millones de personas que pasan hambre, y soy muy sensible al respecto. Voy a una boda y no disfruto de ver lo que se derrocha, y sólo estoy pensando en los desgraciados que no han podido comer ese día. Escribo sobre todas esas cosas.
—Sobre las injusticias.
—Siempre quiero reflejar que mientras la justicia se pague con dinero, no hay justicia que valga. Y eso está pasando todavía. Esto también se puede aplicar a lo que se está diciendo sobre la memoria histórica. Hay gente que todavía no ha pagado. Es una injusticia si no se hace como debe hacerse, y lo que hay que hacer es desenterrar a quien haya que desenterrar cueste lo que cueste. Es historia, y si la historia no se escribe con la realidad deja de ser historia. Otra cosa que es injusta es la Ley d’Hont: el que tiene mucho gana, y al que no tiene tanto, se le quita. Esa es la causa de que lo que estamos en el Partido Comunista estemos en la situación en la que estamos.
—¿Pero sigue afiliado al PCE?
—Yo fui uno de los fundadores del Partido Comunista en Cambil, junto a Antonio y Francisco Sutil Castro. Incluso fuimos a la cárcel por repartir el Mundo Obrero en un bar de Arbuniel, pero salimos pronto porque la dictadura estaba ya coleando. Una de las causas por las que fracasó la República fue que muchas personas que formaban parte de la izquierda no estaban suficientemente preparadas. Eran campesinos. Nadie tenía tiempo para cultivar su inteligencia.
—Usted se esforzó en hacerlo.
—Te voy a poner un ejemplo. Otra cosa no, pero mis padres tenían la ilusión de que los tres hermanos tuviéramos una casa. Compraron una casilla que estaba hecha una pena. Yo estaba ya casado y ya era albañil. Me acuerdo de un sábado, que terminé de trabajar en la obra y cuando llegué hice la cimbra de la escalera. A las seis de la mañana estaba terminado, después de haber estado todo el día trabajando. Me acuerdo y me apeno. Y todo eso sin ver la salida. Porque yo podía haber sido egoísta y juntar dinero a costa de los demás, como hacían y hacen muchos, pero sólo quería vivir la vida, y en esas condiciones era imposible.
—Habra intentado que sus hijos estudien.
—Los he mantenido todo lo bien que podía dentro de mis posibilidades, pero a todos les he dado las mismas oportunidades.