Se palpa la probreza
José María Morillas Mediano/Desde Mancha Real. Hace unos días estuve en Portugal, en Porto, y pude ver con mi propio estómago la pobreza extrema de este gran país, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo, pero cada día que pasa más cerca lo tenemos. Vi y miré (ver y mirar son cosas distintas) episodios que ya no se ven en España, por ahora.
El primer día pude comprobar cómo varias mujeres iban recogiendo colillas por las calles, eran siempre mujeres —¿quita-vergüenza del marido?— y vaciando el tabaco maloliente en una bolsa de plástico. Cuando se acercaban a alguien que pasaba cerca de ellas les pedían “un cigarrillo por favor”. Pude palpar cómo los viejos con 70-80 años pedían una ayuda (que no una limosna) para poder llegar a fin de mes, ya que las pensiones, después de los recortes sociales de la derecha, se han quedado en una ridiculez. Pedían la ayuda solo hombres, ¿es que las mujeres no cobran pensión? Pude ver cómo en una de las calles más concurridas de Porto, a plena luz del día, había varias mujeres, bien vestidas, sin provocar, que se ofrecían a los hombres por poco dinero, es la esclavitud sexual de estos tiempos tan perversos. Otra escena que me llamó la atención fue ver en los parques y en los paseos varias mesas con gente jugándose el poco dinero que tenían a las cartas, con fuertes discusiones y peleas entre ellos. Esto no se ve en España, hasta ahora. Y lo que más me molestó fue ver cómo en las cafeterías más caras había siempre varios limpiabotas sacándole brillo a los zapatos de los señoritos portugueses. De golpe me vino a la cabeza una imagen que tengo yo grabada en la memoria desde hace más de 50 años. En el casino que había enfrente de la sacristía me acuerdo de un hombre muy alto y delgado, siempre vestido de negro, que le limpiaba los zapatos a los señoritos del pueblo sentados en sillones de madera en la calle Maestra, jugando al dominó. Este hombre, para olvidar sus penas, bebía vino peleón, una noche murió ahogado en una acequia que había cerca del parque cuando intentó cruzarla. Yo vi cómo lo sacaron y cómo lo taparon con una sábana. La pobreza y marginalidad tienen estas malas bromas. Y la otra imagen que tengo en mi retina es la del otro señorito, que aparece en internet con solo teclear “el señorito andaluz y el limpiabotas” y te sale este personaje leyendo un enorme periódico, con el pelo engominado y zapatos negros castellanos. Es el mismo individuo que lleva 33 años en lista de espera y en la misma empresa, es funcionario sin hacer oposiciones y hace lo contrario de lo que dice. “Se nos va a caer el pelo como entre” es lo que dice una mujer con 79 años que sabe lo que son estos políticos y es alumna del centro de personas adultas. Dice que es gran artista de la mentira: “Somos el partido de la esperanza de los paraos, de los paraos”. Repite las misma palabra dos o tres veces, con una demagogia y cinismo sin precedentes. En España, la pobreza ya empezamos a sentirla, en Cataluña, con los votos pasivos del PP y los activos de Convergencia, acaban de implantar el copago o repago —ya la pagamos con nuestros impuestos— en sanidad, de un euro por receta médica. Los despidos baratos y los contratos basura de la reforma laboral. La subida de los carburantes, el IVA y la luz, que es un nuevo hachazo a la maltrecha economía de los españoles. Después vendrá el repago en educación, pagando las matrículas desde Infantil hasta la Universidad. Todo esto lo harán poco a poco, con cuenta gotas, que no se note demasiado, pero lo harán. Luego habrá un desvío masivo de dinero público a las escuelas y clínicas privadas concertadas, dejando los servicios públicos para los más pobres, para los inmigrantes y para las etnias marginadas por esta sociedad insolidaria. Ante esta dura situación caben otras salidas, debemos reivindicar, todos juntos, unidos y con tesón, una sociedad más justa para nuestros hijos e hijas, que están sin futuro, para que nuestros mayores no tengan que pedir por la calle. De lo contrario, la pobreza generalizada y la ruina moral están a la vuelta de la esquina. No tendremos que ir a Portugal para mirar la degradación humana con el estómago.