Se necesita empeño, incesante empeño
Gloria Pastor Izquierdo /Desde Jaén. Asistiendo cada día, como espectadores y como directamente implicados a la vez, a un cambio que está teniendo lugar ante nuestros propios ojos, vemos cómo, gradualmente, nuevas concepciones y nuevas pautas, recién aceptadas, modelan, de forma casi imperceptible, tanto el actual sistema de organización mundial como a nosotros mismos.
Y es que no podemos ignorar que ahora toman sentido las palabra de Bahá’ú’lláh: “Pronto el orden actual será enrollado y uno nuevo desplegado en su lugar”. En “El Secreto de la Civilización Divina”, obra que ocupa un importante lugar en la literatura bahá’í, hay una destacada contribución de ‘Abdu’l-Bahá a la futura reorganización del mundo, leemos lo siguiente: “La verdadera civilización desplegará su estandarte en el propio corazón del mundo cuando cierto número de sus distinguidos y magnánimos soberanos
—brillantes ejemplos de devoción y determinación—, por el bien y la felicidad de toda la humanidad, se levanten con firme resolución y clara visión para establecer la Causa de la Paz Universal. Deberán convertir la Causa de Paz en objeto de consultas generales, y tratar por todos los medios a su alcance de establecer la unión de las naciones del mundo. Deberán acordar un tratado obligatorio y establecer un convenio cuyas disposiciones serán firmes, inviolables y definitivas. Deberán proclamarlo a todo el mundo y obtener para él la sanción de toda la raza humana. Esta suprema y noble empresa —verdadera fuente de paz y bienestar para el mundo entero— deberá ser considerada como sagrada por todos los que habitan la tierra. Las fuerzas de la humanidad habrán de movilizarse para asegurar la estabilidad y permanencia de esta Más Grande Alianza. En este omnímodo Pacto, los límites y fronteras de todas y cada una de las naciones serían claramente fijados, los principios fundamentales de las relaciones entre los gobiernos definitivamente establecidos, y todos los acuerdos y obligaciones internacionales determinados. Asimismo, el número de armamentos de cada gobierno habrá de ser estrictamente limitado, porque si se permitiera aumentar los preparativos para la guerra y las fuerzas militares de cualquier nación, ello despertaría sospechas de las demás. El principio fundamental que subyace en este solemne Pacto debería ser tan firme que si algún gobierno violase cualquier de sus disposiciones, los demás gobiernos de la tierra deberían levantarse para reducirlo a completa sumisión; más aún, la raza humana en su totalidad debería decidir, con todas las fuerzas a su alcance, abolir a ese gobierno. Si este más grande remedio fuera aplicado al enfermo cuerpo del mundo, éste seguramente se recuperará de sus males y permanecerá eternamente seguro y a salvo.” “Algunos, sin advertir el poder latente en el esfuerzo humano”, señala Él además, “consideran que esta cuestión es sumamente impracticable, más aún, que está fuera del alcance del máximo empeño del hombre. Sin embargo, no es éste el caso.
Por el contrario, en virtud de la infalible gracia de Dios, de la amorosa bondad de sus favorecidos, del empeño sin igual de almas sabias y capaces, y de los pensamientos e ideas de incomparables líderes de esa era, absolutamente nada puede ser considerado como inalcanzable. Se necesita empeño, incesante empeño. Nada que no sea una indómita determinación podrá lograrlo. Muchas cosas que en época anteriores se consideraban puramente ilusorias, actualmente se han convertido en algo muy sencillo y practicable. ¿Por qué esta grandiosa y elevada Causa
—sol del firmamento de la verdadera civilización y el origen de la gloria, del progreso, del bienestar y del éxito de toda la humanidad— ha de ser considerada como imposible de alcanzar? Sin duda, llegará el día en que su hermosa luz habrá de iluminar el concurso de los hombres.”