Santos y curanderos en la Sierra Sur

José Rodríguez Cámara
Un precioso niño rubio, bien vestido y con pinta de vivir a gusto, en un confortable hogar, se acerca al mayor mausoleo del pequeño cementerio de Noalejo, un panteón, pintado de blanco y con tejado de uralita, que se asoma a la Sierra del Trigo. Con su vocecilla, balbucea una frase. Implora que su mamá, que está en Francia, regrese pronto a casa y se reúna pronto con él.
Un precioso niño rubio, bien vestido y con pinta de vivir a gusto, en un confortable hogar, se acerca al mayor mausoleo del pequeño cementerio de Noalejo, un panteón, pintado de blanco y con tejado de uralita, que se asoma a la Sierra del Trigo. Con su vocecilla, balbucea una frase. Implora que su mamá, que está en Francia, regrese pronto a casa y se reúna pronto con él.
Es un bebé, que todavía no va a la escuela, pero que comienza a tomar conciencia del mundo que le rodea y a vivir experiencias relacionadas con la religión. Su familia le habrá enseñado aquello de “Jesusito de mi vida eres niño como yo”, que la patrona de su pueblo, Campillo de Arenas, es la Virgen de la Cabeza, y también le ha transmitido que, enterrado en una tumba que siempre huele a flores frescas, hay un hombre, que se llama Custodio Pérez, que fue “un santo”. El pequeño David ya tiene incorporada una creencia muy popular en la comarca en la que reside, la Sierra Sur, una enorme devoción que se profesa a personas de carne y hueso, sanadores, que, vivos, gozaron del respeto y la admiración de sus paisanos y que fueron beatificados por sus coetáneos. Los estudiosos de este fenómeno, característico casi en exclusiva de esta comarca jiennense, en el cruce de caminos hacia Córdoba y Granada, sitúan las primeras referencias a estos curanderos en el siglo XV. Seis siglos después, el extraño fenómeno continúa vivo, casi inmutable.
Los santos más famosos son tres, Custodio Pérez, Luis Aceituno y Manuel López. “Son grandes de espíritu, personas que tienen un don que nadie les pudo quitar. No lo transmiten, el que lo tiene lo tiene y el que no, pues no”, es la reflexión de Antonio Gallardo, un jiennense que, con su mujer, se dispone a realizar una “peregrinación” por los lugares en los que dejaron huella los santos de la Sierra Sur. La primera parada, Noalejo, donde se encuentra con la familia que acompaña al niño David a ver a Custodio. Unos y otros, sin conocerse, comparten su fe en el que, para muchos, es un simple mortal. En el pueblo, un anciano recuerda cómo, cuando era más joven, iba hasta La Hoya del Salobral, el anejo en el que residió Custodio y en el que, con sus propios fondos, los vecinos construyeron, en 1966, una ermita dedicada a la Virgen de la Cabeza. En el paraje, como reza en una placa, descansa el pastor de Colomera, Juan de Rivas, en su viaje a Sierra Morena, después, tuvo la conocida aparición mariana en el Cabezo. En la aldea residen unas doscientas personas, pero son miles las que acuden a la romería que se celebra en honor de esta advocación de María cada último fin de semana de abril, al igual que ocurre con la famosa peregrinación dedicada a la patrona de Andújar, La Morenita. Antonio Custodio Romero Peláez, que vive en el camino que lleva al templo de La Hoya y que asegura que no se llama Custodio por el santo que vivió en su pueblo, dice que sí, que durante la fiesta de abril son más los romeros, pero que las visitas a esta iglesia no cesan durante todo el año. La celebración tiene tal auge que, incluso, las hermandades que acuden procedentes de otros municipios, se han construido sus casas de hermandad, exactamente igual que ocurre con la romería iliturgitana.
El hispanistas británico Michael Jacobs es una apasionado de la Sierra Sur, tanto que fijó en Frailes su residencia. Enamorado de la comarca, se empapó de sus costumbres y la de los santos, es su preferida. A estos hombres los considera especiales y los compara con personajes como John Kennedy, hijo del conocido presidente americano que murió asesinado en Dallas. “Cuentan que esta persona desprendía una bondad que hacía que los niños y los animales se le acercaran”, aclara y, a su juicio, ocurre lo mismo con los sanadores de la Sierra Sur, con los ya fallecidos y con los que, asegura, se encuentra casi a diario, cómo un churrero del que es amigo. “No entiendo como la Iglesia no reconoce sus milagros (los de Custodio, Luis y Manuel), porque los hicieron. Lo digo a pesar de que soy un gran escéptico, además, se trata de grandes devotos, de personas muy religiosas”, afirma Jacobs, que remarca: “La Sierra Sur tiene la suerte de tener a los curanderos igual que Inglaterra de que allí naciera Shakespeare. El porqué, no lo se, quizás porque es una comarca especial”. De hecho sin explicación aparente no sólo habla Jacobs. Ana María, una mujer de la aldea de Fuente del Rey, en Alcalá la Real, que visita el santuario de La Hoya del Salobral junto a su pareja, cuenta, con total naturalidad, que su madre, de niña, visitó al santo Custodio aquejada de una tremenda cojera. Buscaba una curación y regresó a su casa andando sin problemas. A su tía, añade Ana María, que prefiere no desvelar su apellido, la llevaron con el traje de amortajar, desahuciada, enferma de tifus, y dice que también se recuperó. En el recorrido por La Hoya del Salobral, el visitante se topa con un ermitaño. Se llama Antonio García Rosales, es de Frailes, tiene 73 años y, de ellos, los últimos tres lustros los ha pasado junto a la cueva en la que Custodio, el considerado santo, rezaba y pedía por los demás. Dicen que cura y a la pregunta de si es cierto, afirma sin dudarlo ni un segundo: “Sí. El don que yo tengo es una expresión de la palabra de Dios. Sólo Él tiene la respuesta”.
Reparte estampitas, en las que están reproducidas dos fotografías suyas con su atuendo habitual, un mono blanco, una gorra del mismo color, que tiene impresa la imagen de la Virgen de la Cabeza, y un callado. Recomienda colocarse en la planta del pie el obsequio. “Vas a notar un calorcito, verás cómo te sientes mejor”, aclara. Como manda la tradición instituida por los famosos Custodio, Manuel y Luis, no cobra por sus servicios e, incluso, sostiene que ha llegado a curar a gente sin que se lo hayan pedido. “Luego, durante un par de días, tienes dolores, lo que tardas en expulsar el mal que has eliminado”, apostilla el eremita que, eso sí, deja claro: “Hay veces que no se puede sanar”. En el proceso, el curandero también recomienda a la persona que acude en su busca que se tumbe en un roca que él bautizó como “la pezuña de la vaca”. Considera que se trata de un lugar de poder, “formado al principio de los tiempos”, argumenta. La cabeza se tiene que colocar sobre una grieta de la piedra, la mano izquierda en otra raja. Si se nota un cosquilleo, según él, llega la curación. La creencia en los sanadores es tal que, por ejemplo, en La Hoya del Salobral hay una plaza dedicada a Custodio Pérez. Este espacio está presidido por un monumento, que da fe de cómo, con una decisión política, en 1990, el Ayuntamiento de Noalejo reconoció oficialmente a una persona que, para muchos, puede ser un farsante. En una placa reza: “En honor a nuestro bueno y fiel amigo”.
1911.- Año de nacimiento de un 'buen hombre'
El camino en coche entre Noalejo y la aldea de Cerezo Gordo, una cortijada de Valdepeñas perdida en la Sierra del Trigo, en la que el único signo de este siglo son los aviones que la sobrevuelan, es una sucesión de polvorientos carriles, plagados de curvas. Alguna poderosa razón tiene que empujar al que recorre ese trecho. Y ese motivo de peso, para muchos, se llama Luis Aceituno, el santo “Luisico”, fallecido en 1911. Ana María Milla Valderas, que vive en una de las cinco viviendas de la cortijada, tiene, por encargo de la familia de Aceituna, la llave de su casa. No la abre si estos no le dan su consentimiento, pero no le hace falta estar allí para describir con detalle que en el salón hay un altar, plagado de flores y de exvotos colocados allí para agradecer una gracia concedida por este hombre, considerado santo. De Aceituno cuenta anécdotas como que, en una ocasión, una pareja de la Guardia Civil fue a detenerlo. Respondían a una queja del farmacéutico de Valdepeñas que, por las recetas de “Luisico”, veía amenazado su negocio. A los dos agentes del orden les fue imposible levantarse del asiento que ocuparon mientras Aceituno se preparaba para acompañarlos. Al final, lo dejaron por imposible y se marcharon. Milla, una anciana de gran vitalidad, con 80 años, cuenta emocionada que, cada 21 de junio, día de San Luis, el cortijo del santón se llena de personas que acuden a rezarle.

“La santería no implica incultura”
Manuel Amezcua Martínez es jefe de Docencia e Investigación de la Unidad Integrada de Formación del Hospital Universitario San Cecilio Granada. Es un hombre de ciencia, que además de en la sanidad pública, trabaja como antropólogo y a él se le debe el más completo estudio sobre el fenómeno de la santería y los curanderos de la Sierra Sur. La Universidad de Granada compiló sus estudios y Diario JAEN publicó un serial dedicado a este fenómeno, obra de Amezcua, que, finalmente, se convirtió en el libro “La Ruta de los Milagros”. Entre 1989 y 1991, Amezcua tuvo la oportunidad de conocer a sanadores y logró penetrar en los rincones vetados de la casa del Santo Custodio, en la Hoya del Salobral, haciéndose pasar por un taxista. “La gran lección que me llevo de mi trabajo es que la gente tiene una mente mucho más flexible. Los que acuden a los curanderos no son débiles mentales ni incultos, sino que, por una mayor riqueza cultural, combinan la medicina convencional con este tipo de sanaciones”, asegura Amezcua, que recuerda que su obra irritó tanto a compañeros que trabajan en medicina, él es enfermero, como a muchos vecinos de la Sierra Sur, que se sintieron atacados. “Fue un relato de mi experiencia, de lo que viví”, recuerda Amezcua que, a pesar de la experiencia y el conocimiento de estos hechos, no es capaz de explicar por qué en la Sierra Sur se venera a los curanderos como si fueran santos. “Sanadores ha habido en todos los sitios, pero esta forma de tratarlos es muy singular”, aclara. Sobre si estas personas eran capaz de hacer un milagro, deja claro que, como profesional sanitario, ni siquiera tiene incorporado este concepto.
Felipe Morente Mejías
Profesor de Sociología de la Universidad de Jaén
“Los santos lo son por su carisma”
Felipe Morente, sociólogo de la Universidad de Jaén, considera que el fenómeno de la Santería en la Sierra Sur es una demostración más de la rica tradición de la Sierra Sur, de una idiosincrasia que hace a esta comarca única. El hecho de que se venere a personas como Luis Aceituno, Manuel Toranzo o Custodio Pérez, responde a su carisma. “Se les otorga la gracia o el don de resolver situaciones de precariedad en zonas rurales”, precisa el experto que deja claro que, en la mayoría de los casos, estos “santos” trataban, en sus palabras, con “gente iletrada y de poca formación”. Morente considera que los curanderos suplen las necesidades de una población que vive, todavía en el siglo XXI, en núcleos dispersos y aislados, y que no tiene facilidades para acceder a una respuesta institucionalizada a sus problemas, como el consejo de un sacerdote o la atención hospitalaria. De hecho, como apostilla, no sólo se dedican a solucionar problemas de salud, a base de psicología o algún ungüento, sino que median en litigios vecinales o dan consejos a sus paisanos ante decisiones importantes que toman en su vida. Sobre la “beatificación” de Manuel, Luis o Custodio, el proceso comienza en el momento en el que algunos aseguran que son testigos de acciones benignas. “Este genera adhesiones, a lo que hay que sumar la tendencia humana a crear mitos”, reflexiona el profesor de la UJA. Los referentes, precisa, no siempre son buenos, pero, lo que sí es cierto, es que, en el caso de los de la Sierra Sur, se trata de personas, dice, con buena intención y profundamente religiosos.
José Peñalver, Alcalá la Real
La “milagrosa” imagen de La Inmaculada
José Peñalver vive en el Compás de Consolación de Alcalá la Real, junto a la iglesia del mismo nombre. Es un hombre de fe, tanto que se dedicó a vender imágenes religiosas, su oficio hasta que se jubiló. Su casa, en el camino a Castillo de Locubín, uno de los focos de la santería de la Sierra Sur, está adornada por cientos de imágenes de vírgenes y santos y, de todas, hay una que, para él, es especial. Peñalver relató a este periódico que convive con una talla de La Magdalena que considera “milagrosa”. En uno de los artículos del serial “Estampas del Jaén misterioso”, publicado por Diario JAEN el 1 de marzo de 2006, relataba que la imagen, fabricada en pasta de madera, llegó a sus manos al hacer un encargo más amplio. Lo que era un objeto con significado religioso, según Peñalver, una víspera de La Inmaculada de 1989, se convirtió en algo milagroso. Ese día, una vidente entró a su tienda. Perplejo, este alcalaíno observó cómo la mujer se desplomaba ante la visión de La Inmaculada y estaba sin conocimiento hasta que, al despertar, dijo: “La Virgen está en tu casa”. Desde entonces, la imagen no se ha movido de su casa. El relato de lo ocurrido corrió de boca en boca y, a su casa, llegaban muchas personas atraídas por la supuesta presencia de María en el local. Poco a poco, José también se percató de que, como dice, era capaz de compartir la suerte que se le había concedido. Para transmitir esa energía, José Peñalver, según aseguró en 2006 a JAEN, empleaba un método que consiste en rezar una oración, imponer las manos al enfermo, echar agua bendita y soplar. “No me lo explico, sólo sé que, incluso, a algunas personas, se les ha parado el coche al pasar por la puerta de la tienda y han entrado diciendo que tenían que ver a la Virgen para pedirle algo”, aseguraba en 2006.
Francisco García, Las Nogueruelas
Un curandero que reparte su don en su aldea
La vida de Francisco García Pareja transcurre en un cortijo aislado en la aislada aldea de Las Nogueruelas, uno de los muchos núcleos de población que forman Alcalá la Real. Para encontrarlo, hay que tener interés, y los que acuden lo hacen porque, como él mismo reconoció a este periódico en 2006, está atravesado por “fuentes de energía”. Estos influjos los recibe, aseguró a Diario JAEN, del mismo Señor que se los envía con el único objetivo de que haga el bien. No tiene ni idea de por qué le tocó a él ese don ya que, como dejó claro, su única certeza es que hay que trabajar cada día para ganarse el pan. También es consciente, aseguró en el reportaje “La Sierra Sur, una comarca en la que los ‘milagros’ se viven a diario” (1 de marzo de 2006) de haber visto a Dios y a su Madre Celestial. De manos divinas recibe, aclara, la fuerza necesaria para atender a los que buscan su amparo. Los sienta en una silla, situada frente a una imagen de la Virgen de Fátima, les hace la señal de la cruz en la frente, en el hombro y en el pecho y los bendice. Eso sí, se muestra cauto a la hora de asegurar que lo que hace sana a la gente, lo único que reconoce es que algunos de los que lo visitaron mejoraron. Los que se benefician de su don cuelgan fotos u otras prendas en la pared de la ermita que construyó junto a su casa. Las curaciones, si las realiza, son siempre a la caída de la tarde. Este momento del día se fijó hace quince años cuando, como explicó, recibió la llamada de la Madre Celestial. Francisco, con el paso del tiempo, ha llegado a organizar una romería a Las Nogueruelas. A los que asisten, les pide que, en la medida de sus posibilidades, hagan sus donativos.
Flora Ruiz, Los Villares
La Virgen se sirve de ella para curar enfermos
Flora Ruiz es una villariega que venera a la Virgen desde que, como dice, se le apareció en su casa el 9 de mayo de 1987. Esta mujer contaba a Diario JAEN, en un artículo publicado el 22 de febrero de 2006: “Estaba cosiendo y escuché una voz que me dijo: ‘No te asustes que soy María”. Está convencida de que la Madre, a través de ella, ha tratado a enfermos que acudieron con hernias, un derrame cerebral o un tumor en la cabeza. Las personas que sanaron después, nunca la gratificaron económicamente, aunque, como admite, le guardan una gran amistad y confían en ella, incluso, en los momentos más difíciles. A raíz de la aparición, además de curar, Flora organiza una peregrinación al paraje conocido como La Cimbra. En estas romerías llegó a contemplar cómo la Madre se materializaba ante sus ojos. En el reportaje “No te asustes Flora, que soy la Virgen”, publicado por este periódico hace cuatro años, Flora aseguró que contempló a una mujer, con una edad aproximada de 35 años, que vestía una túnica azul y un manto blanco y llevaba colgado un rosario. Además de la visión, en La Cimbra asistió a hechos de difícil explicación, asegura, como el habitual olor a jazmines en una zona donde no hay flores. Pero esta vecina de Los Villares lamentaba que no todo lo que le ocurre desde que se le apareció María es bueno, también tiene que soportar visiones de hechos que ocurrirán y que no son agradables, aunque de estos anuncios no habla. También está convencida de que nunca verá construido el templo dedicado a María que ella pretende que se edifique en La Cimbra, para atender la petición que le hizo la Virgen. La iglesia, predice, no se abrirá hasta que ella muera.