Santo Descaro
Ramón Corrales Sainz desde Ronda. Cuando Julio Camba escribió 'Haciendo de República' la gente comentaba: Camba se ha convertido al Catolicismo, y este replicó: 'No, lo que pasa es que me he dado cuenta de que era católico'. Eso es lo que me ocurrió a mí. Se me había ido la vida coqueteando con la incredulidad del ambiente y permitía complacido que me tomaran por un 'librepensador' inteligente, como se supone que son los librepensadores en todas partes. Es que la vanidad es la hija tonta de la soberbia.
Pero un día se me sublevó la honradez intelectual y moral exigiéndome un poco de lógica y consecuencia en mis relaciones con Dios y descubrí que yo era católico y que ser católico consecuente era maravilloso. A mis remordimientos solapados sucedió una tranquilidad plenitud vivificante que se ponía el mundo por montera cuando hablaba de su fe y decía sin empacho lo que tenía que decir de esa de y sus intimidades. Era la fe del San Pablo nervioso e inquietante que no vivía ya su vida sino la de Cristo resucitado y hablaba con firmeza de la resurrección de la carne ante los filósofos sofisticados de Atenas y las autoridades judías y romanas. Una fe descarada. ¡No hay otra! La palabra librepensador —freethinker en inglés— fue inventada por el inglés J. Toland, en una obra titulada “Christianity not myesterious” de 1696, en castellano “Cristianismo sin misterio”. Toland profesaba el deísmo, según el cual Dios es creador pero no providente, es decir, crea el mundo pero no se ocupa de él, subterfugio que permite sostener la existencia de Dios y quedar libre para hacer o decir lo que se quiera sin la guía de una fe revelada, y la presencia de un Dios copartícipe en las acciones humanas. Así el cristianismo va convirtiéndose en religión y moral puramente naturales, controlados por la razón humana. Y, así, la filosofía moderna se propone como objetivo preferente la supresión de lo sobrenatural, la supresión del misterio, rechazado como superstición. Eso es común en los ilustrados, en Kant, en Rousseau, en Comte, en la Masonería, etcétera. Pero precisamente el misterio es la esencia de la gran revolución cristiana, porque el cristianismo es una irrupción de la infinitud divina en la finitud de la historia humana. El misterio cristiano ha traído al mundo la lógica del amor infinito que absorbe en vida eterna la pobre lógica de la moral natural: ¿Qué pastor descuidaría el rebaño entero para buscar una oveja perdida? ¿Qué padre antepondría al hijo fiel que se quedó en casa el hijo casquivano que dilató la herencia? ¿Cómo un hombre hecho y derecho se va a convertir ahora en niño? ¿Cómo un Dios se hace un hombre para sufrir y servir de alimento? Puro absurdo misterioso, pero un absurdo que ilumina nuestra mente, libera nuestra voluntad y caldea nuestro corazón. Los filósofos de la Modernidad y los que no tienen información ni doctrina cristiana ignoran que el cristianismo no es una mera filosofía, sino una nueva vida, un renacimiento interior que tiene mucho de milagroso.