Saliendo de la crisis y tirando de la manta
El hecho de que los mayores casos de corrupción hayan acontecido en tiempos de pobreza hiere doblemente. Si en los últimos tiempos, en los que el PIB se ha resentido de forma ostensible por la gravosa crisis económica que la sociedad —que no los políticos, quede claro— ha padecido en carnes propias, me imagino y no quiero pensar qué cantidades se habrán manejado en los tiempos en que la situación económica era mucho mejor.
Pero no importa, mientras la sociedad ha tenido que hacer “de tripas corazón” para salir a flote, con medidas impuestas por el Gobierno a los que no han sido en absoluto los causantes de la situación económica, los gestores de turno se lo han seguido llevando crudo, ante nuestros ojos, con total impunidad, haciendo de la sociedad los pagadores de su mala gestión. En los últimos tiempos se está viendo como un verdadero hito que se destapen casos de corrupción. Casos que, de no ser por la situación económica a la que nos han llevado, jamás habrían salido a la luz. Es algo así como si la prosperidad de la sociedad, es decir, el estado de bienestar que se gana la sociedad con su propio esfuerzo y trabajo, legitimara, ocultándolas, las conductas corruptas e insaciables de los políticos. Pues bien, esta sensación tan magnífica que produce el hecho de ver cómo señalan a tal o cual político como mangante, desfallece por completo cuando la sociedad ve, día tras día, cómo la Justicia hace aguas ante tal situación, porque no está preparada, y no son palabras de un servidor, lo oíamos hace unos días de boca del presidente del Tribunal Supremo, que consideraba que la actual ley estaba pensada para el “robagallinas” y no para el “gran defraudador” ni para los políticos corruptos. Pero, claro, qué puede uno esperar si la elaboración de tal ley depende de aquellos a los que debe perseguir.