Rus llora a su alcalde José Manuel Campos, fallecido con solo 31 años
Buenos días, por decir algo”, un saludo que deja poco lugar a dudas, perfecta expresión del sentimiento reinante. Es el recibimiento de la cabizbaja Emi, farmacéutica del centro del recogido Rus, donde, a mediodía, pocos de sus 3695 habitantes se ven por la calle. “Están todos en el tanatorio”, responde sobre dónde encontrar a algún miembro del equipo de Gobierno, y casi al resto de sus paisanos. El Ayuntamiento lleva horas cerrados, es la respuesta oficial y urgente al inesperado fallecimiento de José Manuel Campos López, de 31 años, alcalde desde julio y portero del Club Deportivo Rus. Emi apenas exagera, en la sala dónde se vela el cadáver hay muchísima gente; muchos alcaldes de la provincia incluidos, parlamentarios andaluces y miembros de la ejecutiva de su partido y también contrincantes que, impresionados unos y desechos otros, no tienen cara de buscar votos.
Compañeros del equipo de Gobierno de campos, entre lágrimas, articulan la frase: “No estamos para hacer declaraciones”. El antecesor del difunto regidor, que dejó el cargo para ser diputado provincial, Manuel Hueso, algo más entero, pero tampoco mucho, agradece el pésame y hace de portavoz. “Anoche (por el lunes) hablé con un amigo que me dijo: ‘Nos vamos para Córdoba’. Un rato después, le mande un whatsapp y nada más. Luego me enteré”, relata. La noticia fue la peor de todas. “Chinelo”, que así le apodan cariñosamente, probablemente, por sus ojos rasgados, se había ido para siempre. Un “inexplicable virus” destrozó el corazón de un muchacho sano, que cuando no estaba debajo de los palos con su equipo jugaba al futbito y si no al pádel. Su último hilo de vida se le escapó “a tres kilómetros del Hospital Reina Sofía”; lo trasladaban a la capital de la Mezquita después de quince días sin salir de la Unidad de Cuidados Intensivos del Complejo Hospitalario de Jaén.
Mucha gente llora al alcalde, sus padres, Ana y Julia, los otros dos hijos del matrimonio, más pequeños que él; sus abuelos, que todavía los tenía; Inés, su novia, una guapa enfermera con la que “iba muy en serio ya”, pensaban en la boda. La casa que estaban a punto de compartir estaba “medio comprada”. Este viernes, José Manuel iba a hipotecarse como tantos españoles. “Mi amigo y mi vecino”, explica, con los ojos inyectados en sangre, Manuel Vilches. “Si no fumaba, si estaba todo el día haciendo deporte. No me lo creo”, insiste y llega ya al desamparo total cuando dice: “Íbamos a juntarnos todos los amigos para comernos un arroz, para celebrar que había llegado a la Alcaldía; había otro preparado para celebrar que ya tenía su propia casa”.
Martín Aranda, técnico municipal a las órdenes del alcalde Campos también había hablado con él de sus planes. “La orden que me dio era que teníamos que ayudar a todo el mundo”, cuenta este empleado del Ayuntamiento, treintañero como el político, uno de sus muchos amigos. “Pero era mi jefe, muy bueno”, aclara.
Los “mareos” le pillaron a “Chinelo” a las puertas de jugar un partido, el domingo 8 de noviembre, al día siguiente, todavía mantenía como en uno de sus perfiles de las redes sociales: “Más feliz que una perdiz”. Ayer, la frase todavía estaba ahí, dicen sus íntimos. Hoy, José Manuel Campos recibe sepultura en su pueblo.
Compañeros del equipo de Gobierno de campos, entre lágrimas, articulan la frase: “No estamos para hacer declaraciones”. El antecesor del difunto regidor, que dejó el cargo para ser diputado provincial, Manuel Hueso, algo más entero, pero tampoco mucho, agradece el pésame y hace de portavoz. “Anoche (por el lunes) hablé con un amigo que me dijo: ‘Nos vamos para Córdoba’. Un rato después, le mande un whatsapp y nada más. Luego me enteré”, relata. La noticia fue la peor de todas. “Chinelo”, que así le apodan cariñosamente, probablemente, por sus ojos rasgados, se había ido para siempre. Un “inexplicable virus” destrozó el corazón de un muchacho sano, que cuando no estaba debajo de los palos con su equipo jugaba al futbito y si no al pádel. Su último hilo de vida se le escapó “a tres kilómetros del Hospital Reina Sofía”; lo trasladaban a la capital de la Mezquita después de quince días sin salir de la Unidad de Cuidados Intensivos del Complejo Hospitalario de Jaén.
Mucha gente llora al alcalde, sus padres, Ana y Julia, los otros dos hijos del matrimonio, más pequeños que él; sus abuelos, que todavía los tenía; Inés, su novia, una guapa enfermera con la que “iba muy en serio ya”, pensaban en la boda. La casa que estaban a punto de compartir estaba “medio comprada”. Este viernes, José Manuel iba a hipotecarse como tantos españoles. “Mi amigo y mi vecino”, explica, con los ojos inyectados en sangre, Manuel Vilches. “Si no fumaba, si estaba todo el día haciendo deporte. No me lo creo”, insiste y llega ya al desamparo total cuando dice: “Íbamos a juntarnos todos los amigos para comernos un arroz, para celebrar que había llegado a la Alcaldía; había otro preparado para celebrar que ya tenía su propia casa”.
Martín Aranda, técnico municipal a las órdenes del alcalde Campos también había hablado con él de sus planes. “La orden que me dio era que teníamos que ayudar a todo el mundo”, cuenta este empleado del Ayuntamiento, treintañero como el político, uno de sus muchos amigos. “Pero era mi jefe, muy bueno”, aclara.
Los “mareos” le pillaron a “Chinelo” a las puertas de jugar un partido, el domingo 8 de noviembre, al día siguiente, todavía mantenía como en uno de sus perfiles de las redes sociales: “Más feliz que una perdiz”. Ayer, la frase todavía estaba ahí, dicen sus íntimos. Hoy, José Manuel Campos recibe sepultura en su pueblo.