Risas enlatadas
Ante la complejidad de un infartado sistema capitalista y su inteligente mecanismo de creación de dinero ficticio, ante la progresión tan endiablada de sus consecuencias reales sobre el alma fiscal de las personas —irreversibles contra el medioambiente—, y dentro de un fregado de financiación presuntamente ilegal, además de la amoralidad de su élite política al haber sido untada con millones de pesetas cuando los españoles se endeudaban hasta las cejas de por vida, el gobierno español, para ocultar su complot con los sectores especulativos
—beneficiarios de este cieno revuelto en el que florecen sus ganancias—, el gobierno, digo (y donde digo “digo” quiero decir “déjeme que le diga”) se limita exclusivamente a dar bocanadas, a balbucir eufemismos, a farfullar tecnicismos inconexos; en una palabra, a hacer ruido, a provocar interferencias; interferencias emitidas con torpeza, pero, cuidado, no es torpeza involuntaria, sino intencionada, ya que tiene como finalidad producir el efecto “aburrimiento” y, como remedio, el efecto “cachondeo”, en el que los españoles somos especialistas para sentirnos superiores a los que nos humillan. Así es que, por un lado, el ejecutivo confunde para encubrir a los beneficiarios de los cien mil millones de deuda española; y, por otro, para incitar a la hilaridad como terapia de alivio. Tras la reunión semanal de los populares, Carlos Floriano comparecía con una maza en la boca. No habló, atizó con la maza de la lógica: “En Génova no se cobran ni sobresueldos ni sobrenadas, se cobran sueldos, sueldos, sueldos, eso es lo que hay, sueldos (…) por lo tanto no hay sobresueldos, hay sueldos”. Y tras los últimos datos del paro: “No os dejéis cegar por las cifras del paro”; o sea, que hagamos ojos ciegos, que nos pongamos una venda ante la tragedia nacional a la que nos han conducido con la soga de la confianza democrática después de haber prometido que la reforma era el único camino posible para garantizar el empleo. Por la cabeza se pudre el pez. En contra de los peripatéticos Báñez y Montoro, todos los indicadores avanzados de los especialistas económicos mundiales anuncian caída sin freno ni retroceso. Y va Rajoy y le pide a los empresarios que no hablen mal de España, que critiquen al gobierno, pero no a España, que “hay gente que disfruta hablando mal de nuestro país”. Este falso héroe de género chico, descabezado por la pudrición del sistema al que él le ha prestado su sabiduría, suplica con la boca chica en un acto de patrioterismo hipócrita. A las comparecencias públicas del gobierno les faltan las risas enlatadas de las comedias televisivas. Pero no nos dejemos contagiar. A pesar de “Cospedal en diferido”, esto no es una comedia.
Guillermo Fernández Rojano es escritor