Respuesta a Molina Jiménez

Señor Molina Jiménez. Por mucho que leo y releo mi artículo del domingo 29 de noviembre, no encuentro referencia alguna a los trabajadores de la Educación Concertada. Por eso me sorprende mucho su mención a ellos. Estos me merecen todo el respeto y admiración, máxime cuando soy conocedor de sus circunstancias profesionales, sueldos bajos e incertidumbre laboral.
Difícilmente podremos estar de acuerdo. Yo soy un firme defensor del modelo público, sin el eufemismo que supone hablar de centros concertados cuando se trata de empresas con relaciones contractuales con la Administración. Y como empresas, buscan balances mercantiles, y en la Educación eso me parece deplorable.
Faltaría más que no cumpliesen con las normas y leyes en vigor, hasta ahí se podría llegar. Pero es que resulta que yo soy de los convencidos de que en aspectos tan fundamentales como el que nos atañe, debería ser el Estado el único titular en tanto en cuanto la financiación es Pública. Usted defiende su parcela, faltaría más, que coincide con un modelo desarrollado hasta ahora y yo, desde el respeto, no diré que usted desde su desconocimiento, le digo que creo en otro modelo. Yo no insinúo nada señor Molina. Si usted lee detenidamente y bien, cuando me refiero al adoctrinamiento hablo de lo privado. Si usted extrapola, a título individual, esto como una referencia exacta al centro que representa, usted sabrá los motivos.
Lo que es un dato constatado es que del 30% por ciento de centros privados-concertados, el 70% pertenece a la iglesia católica. Y para que negar que resulta lógico que un centro religioso desarrolle entre su alumnado la doctrina que lo sustenta, o sea la doctrina católica.
Como buen conocedor del centro que usted dirige, aunque yo opté por el Instituto Alfonso XI, no diré que de ahí no salen buenas personas y bien formadas, tengo amigos para atesorarlo, pero no es de eso de lo que hablo en mi artículo.
Le agradezco su carta. Sigo postulándome por una educación pública y universal. Ese terreno pantanoso, donde jugar con el lenguaje puede ser fácil, entre lo público y lo privado es algo que no comparto. Quizá porque en el Instituto que queda a unos metros de su centro, tuve clases de Filosofía y aprendí que las medias tintas nunca son buenas.

Manuel Pérez Perálvarez / Jaén

 

    03 dic 2015 / 20:22 H.