Rescatadores de patrias
No te sorprendas: Desde que el mundo es mundo la adversidad siempre ha terminado machacando al pobre que pasaba por allí. Siempre ha habido rescatadores de patrias y patrias fatalmente rescatadas. Desgracia sobre desgracia, incompetentes con cartera y mucho cuento. Imagina: En la torre oscura la princesa Clara y en la verde hierba el príncipe Azul.
Si te acercas lo suficiente podrás oír cómo discuten. Ella le pide al príncipe que, ya que pasó junto al castillo, suba a la torre a rescatarla, que allí su padre la tiene recluida. Hay en la pared huecos donde poner puntas de pies y yemas de dedos para un ascenso espinoso, aunque efectivo. Sin embargo, el príncipe le responderá a la princesa que no puede subir porque sufre mal de alturas, que se arroje ella y que él se aprestará a recogerla con sus recios brazos. Si te acercas más, verás que ella se escandaliza: De ningún modo una princesa puede arrojarse al vacío como si fuera un fardo. “Que sube tú, que para eso eres príncipe azul, que te arrojes tú, princesa, que eres pluma que no pesa”. Si te acercas todavía más, verás a un caballerete gordo que viene por el camino a la grupa de un jamelgo y te dirá que te apartes. El caballerete llegará a donde está el príncipe y se ofrecerá a rescatar a la princesa a cambio de unos cuantos miles de maravedís. El príncipe aceptará la oferta y lanzará su bolsa gorda de monedas al caballerete que, con el dinero en su poder, se olvidará de su promesa, espoleará a su penco y se dará a la fuga. Si te acercas más, verás el gesto rabioso del príncipe al verse engañado. Y si ya te acercas del todo, le dirás que no se soliviante y podrás aconsejarle que, si padece de vértigo, ascienda a la torre con los ojos vendados, que es recurso santo. El príncipe te mirará con desdén, no aceptando consejos de aldeanos, pero al final consentirá que tú mismo le coloques la venda. Y así, con los ojos cubiertos se agarrará al muro, tanteará los huecos e iniciará el ascenso. A los pocos minutos, cuando el príncipe alcance la mitad de la pared, la princesa que, desde su altura no ve muy bien los movimientos de nadie, gritará: ¡Sea como quieres, abre los brazos príncipe, que allá voy! Y se lanzará al vacío. Apenas te dará tiempo a apartarte: la princesa Clara, que no es pluma, caerá justo encima de ti. Princesa y aldeano aplastados sobre el suelo convertidos en un saco de lamentos. El príncipe que al oír las quejas, se quitará la venda y mirará hacia abajo, caerá también, preso del tembleque, sobre vosotros dos y a plomo. El rey, al que despertarán de la siesta, se acercará en delirante comitiva a la torre. El príncipe Azul, bastante maltrecho, viendo venir al rey, saldrá por patas. El rey, ante tan despatarrado panorama, levantará su brazo y te señalará con el dedo: Aldeano, eres el culpable. Lo pagarás caro. Y tú, molido y lloroso, pensarás: Esto me pasa por acercarme tanto.
Luis Foronda es funcionario