Religiosidad, arte e historia que simbolizan una tierra

Pepi Galera
El cristiano siempre ha sentido la necesidad de conocer la imagen de Jesús. La proliferación de representaciones iconográficas a lo largo de la historia, ya sea en pintura y escultura, responde a esta necesidad. Pero, ¿cuál era su verdadero rostro? Esa es una incógnita que aún hoy se desconoce. Según la tradición católica, durante la Pasión de Cristo, una mujer se quitó su velo para secar con él la cara del Mesías.

    28 jun 2009 / 09:47 H.

    La imagen de Jesucristo quedó impresa en el pañuelo de lino y este, milagrosamente, se conservó a través de los siglos. Las iglesias que presumen de tener la “verdadera imagen”, la Verónica o el Santo Rostro —como después se le ha llamado— se pueden contar por centenares, repartidos por todo el mundo. Todas dicen tener este pañuelo con el que la “Verónica” secó la cara de Cristo. Pero, claro está, algunas tienen más tradición y argumentos “a favor” que otras. Entre estas, destacan tres: el Santo Rostro de Manoppello, en Roma; la Santa Faz de Alicante y el Santo Rostro de Jaén. “Es un símbolo religioso bizantino que a lo largo de los siglos ha movido la fe de la gente”, explica el investigador Manuel López Pérez. “Las teorías más fiables dicen que todos los iconos repartidos por el mundo son reproducciones de la imagen que se positiva en la Sábana Santa. Pero, dentro de estas, hay copias, de copias y de copias, ya que durante las grandes peregrinaciones de la Edad Media se comerció mucho con las reproducciones. El Santo Rostro de Jaén es, probablemente, uno de los originales”, destaca el historiador.
    En el siglo XVIII, varios pintores hicieron peritajes sobre su autenticidad, pero sólo llegaban a difusas conclusiones en las que se mencionaba la pintura, por una parte, y otras difusas manchas. Nada claro, en definitiva. “Sería interesante conocer la época y el lugar de donde procede el Santo Rostro y la forma de averiguarlo no es complicada ni demasiado costosa, simplemente se podría saber con radiografías y estudios de la tabla y los pigmentos pictóricos”, señala López Pérez. “En este sentido se ha avanzado mucho, cuando yo empecé, hace muchos años ya, ni me dejaban medir las dimensiones del Santo Rostro”, cuenta.
    La respuesta a la pregunta sobre cómo llegó a Jaén la reliquia del Santo Rostro es aún una incógnita a la que se han apuntado varias teorías y leyendas, como la del diablillo de San Eufrasio. Según el investigador Manuel López, la más posible es la que mantiene que San Eufrasio trajo a Jaén el Santo Rostro y que, después, fuera recuperada por el obispo Nicolás de Biedma de la Catedral de Sevilla. El problema para conocer el origen de esta reliquia es la falta de documentación y la proliferación de leyendas.
    A lo largo de los siglos, era norma que sólo se permitiera la veneración del Santo Rostro, fuera de los días señalados —como eran el Viernes Santo y el día de la Asunción— a los Reyes, sus deudos más cercanos y altos cargos eclesiásticos. En la actualidad, al contrario que en siglos anteriores, acercarse al Santo Rostro es algo tan sencillo como visitar la Catedral un viernes, en horario de mañana o tarde. Ahora, cientos de fieles se acercan cada semana para ver, tocar, besar y rezar a la Santa Faz. “No hay que alejarse de que es un icono bizantino, que ya es un símbolo de una provincia entera, por lo que el respeto tiene que estar por encima de todo”, argumenta Manuel López. Sin ir más lejos, a la provincia de Jaén se le ha bautizado cientos de veces como el “Santo Reino” o, en su escudo, luce el Santo Rostro. También, la construcción de la Catedral, que lucha estos días por su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue consecuencia directa también de que albergará la adorada reliquia. Se necesitaba un templo lo suficientemente grande para acoger a los peregrinos que llegaban a ver el Santo Rostro. Su financiación se hizo a través de los privilegios que se concedieron en Roma a Jaén como lugar de peregrinación, que después se rentabilizaban con las gentes llegadas desde toda España y diferentes países. La cofradía del Santo Rostro, por ejemplo, se originó por los deseos del obispo de Jaén Esteban Gabriel Merino, en 1530, para dar un impulso a las obras, que se encontraban por aquel entonces estancadas. Los peregrinos pagaban un real de plata y se les expedía un título con las indulgencias que recibían al visitar el “santo lugar” que era Jaén. Así, aún se conserva un libro en el que quedaron registrados los nombres y lugares de procedencia de estos “cofrades” —en un sentido muy diferente al actual—. El día que “nació” esta cofradía, el Viernes Santo de 1530, se inscribieron 992 cofrades, de 141 lugares diferentes. Así, por ejemplo, llegaron hasta Jaén desde tierras tan alejadas como el País vasco, Madrid, Pontevedra, Oviedo, Ávila, Valencia y Sevilla. Dato que viene a confirmar el gran centro de atracción del cristianismo que era Jaén y su Santo Rostro.

    La ostentación de la reliquia a los cuatro vientos
    Fue la tradición que trajo a miles de fieles a Jaén y convirtió la Catedral de la Plaza de Santa María en un lugar de peregrinaje. Cada 15 de agosto, día de la Asunción, después de los oficios, se mostraba la Santa Verónica, el Santo Rostro, a los cientos de peregrinos que se acumulaban en los cuatro costados de la Catedral, desde los balcones colocados estratégicamente hacia los cuatro puntos cardinales por Vandelvira y señalizados como “del Santo Rostro” . Con este gesto, se bendecía a personas aquejadas de enfermedades, ancianos y todos las tierras, para que dieran alimento. Muchos de los fieles que no podían llegar a los pies del monumento, esperaban desde sus azoteas y miradores ver los reflejos que el relicario despedía con los rayos del sol . Una bendición para todos y un milagro, para muchos otros. Esta tradición de la ostentación del Santo Rostro no se perdió hace mucho, ya que muchas personas aún pueden recordarla. Motivos como la cada vez menor afluencia de visitantes que llegaban a la Plaza de Santa María los calurosos 15 de agosto, la hicieron desaparecer. Para dejar la ostentación del Viernes Santo en exclusiva.
    Fue en el siglo XIX cuando se inició la práctica de mostrar el Santo Rostro todos los viernes del año, práctica que se generalizó a partir de la reorganización de la cofradía en 1922.