Redistribuir riqueza y trabajo
La ladera del volcán en que se ha convertido España derrama torrentes de lava que poco a poco van abrasando lo poco que queda en pié de nuestra economía, de nuestras ilusiones, de nuestras esperanzas. Ya no quedan ni los famosos brotes verdes.
Acaso unas briznas resecas de hierbas que serán pasto inmediato del incendio porque cada día que transcurre nos trae nuevas y desalentadoras noticias. Estamos aprendiendo en un cursillo acelerado conceptos tan abstractos como déficit, ajustes, reducción de gasto público y otras magnitudes en las que ni los propios economistas se ponen de acuerdo. No encuentro a estas alturas ningún responsable público que abandone intereses partidarios y apunte soluciones de emergencia. Los horizontes electorales se priorizan ante cualquier esfuerzo solidario para salir del atolladero y es evidente la falla que se abre entre los ciudadanos de a pié y los gobernantes. Llegará el día en que no tengan otro remedio que sentarse a la mesa de la sensatez y dialogar hasta la extenuación. Vislumbro sin querer jugar a profeta que llegaremos a un gobierno de concentración que arbitre una reedición de los Pactos de la Moncloa con el agravante de que en esta ocasión el esfuerzo a pedir al pueblo será de enorme magnitud. No quiero pensar que su empecinamiento partidista los aleje de esa posibilidad del todos unidos contra la crisis que bien podría ser el lema y la premisa de partida. Y si eso llegara y fuera el comienzo de la desaceleración quién y en qué medida tendría que asumir el sacrificio. Se estaría dispuesto a impulsar una redistribución del trabajo y del capital. Estarían los llamados representantes de los trabajadores dispuestos a dirigirse a los diecisiete millones de ocupados y pedirles que cedieran una parte de sus salarios para con ese montante dar empleo a un par de millones de parados. Y en la otra orilla estarían dispuestos los grandes empresarios, la banca y las fortunas de nuestro país en ceder en igual proporción un porcentaje de sus beneficios en favor de la creación de otro par de millones de empleos. No lo verán nuestros ojos pero me temo que a algo muy parecido se habrá de llegar si de verdad queremos sacar esto adelante. Y naturalmente a esa drástica redistribución de trabajo y riqueza habrá de poner por delante y como ejemplarizante acción la reducción brutal de todo gasto público que no ofrezca ningún tipo de rentabilidad social, la supresión inmediata de órganos inservibles, asesores que nada bueno ofertan, instituciones que ocultan intereses inconfesables, empresas paralelas por las que diluir dineros públicos y todo ese entramado creado con sibilina idea para beneficio de unos pocos y fastidio del resto. Julio Pulido es jubilado