Recuperación económica

Los indicadores lo dicen, ya está aquí la recuperación. Hay datos macroeconómicos que muestran que todo se está haciendo como se debe hacer, nos felicitan en Europa y en Estados Unidos como al alumno aventajado que ha hecho los deberes con tesón y obediencia, con buena caligrafía y sin faltas ortográficas, respetando bien los márgenes estipulados, el espaciado entre línea y línea, haciendo todas y cada una de las sangrías pertinentes, etcétera.

    16 oct 2014 / 08:49 H.

    Estoy hablando de una buena presentación, de aplicación de las normas textuales, de un buen titular: progresa adecuadamente. Y aunque algún índice se escape a las valoraciones generales, una de cal y dos de arena, lo cierto es que solo se habla de recuperación. Hablar y hablar. Para los creyentes fervorosos del liberalismo capitalista, esto es lo normal. Tendrá que funcionar la economía a niveles macros para que caigan migajillas y los trabajadores se puedan beneficiar. En el Estado del Bienestar, el goteo estaba asegurado y regulado por el Estado, que planteaba obligaciones de inversión públicas y redistribución fiscal, comenzando por los más ricos. Pero ahora no. Y la situación se articula con una excepcional flexibilidad laboral, que no es sino una fragilidad emocional cada día más desesperante, y los nervios a flor de piel. El ser humano no tiene capacidad para resistirlo, y acabará estallando. Pendientes de un hilo, de unos cambios siempre dramáticos, de lo que en cualquier momento puede torcerse irremediablemente, ahora la estructura socioeconómica se piensa de otro modo, y así, de un día para otro, te ponen de patitas en la calle, sin derechos ni coberturas. Ay, compañero, que no te pongas malo. Que la salud te ampare, porque el sueño de una sanidad pública universal se ha acabado. Lo poco que hubo se agotó. Ahora solo pueden disfrutar los ricos, los que tienen la manija. Los demás quedan expuestos a la suerte de los vientos del liberalismo, a las dádivas de la caridad, y a ese Dios del calvinismo protestante que, en última instancia, ya sabemos —de memoria— que aprieta bien fuerte, pero nunca ahoga.