Rastros de historia que identifican una sociedad
Pepi Galera
Si se tira de estadísticas, Jaén se llama “García” o, lo que es lo mismo, de cada mil jiennenses, 72 tienen este apellido. Es el más frecuente. De segundo, Martínez. Y no es de extrañar, es el apellido hispano más extendido. Ocupa el primer puesto en el ránking andaluz, español y, por curioso que parezca, el octavo en el listado de Estados Unidos. Consecuencia directa de la inmigración hispana en el país.

Si se tira de estadísticas, Jaén se llama “García” o, lo que es lo mismo, de cada mil jiennenses, 72 tienen este apellido. Es el más frecuente. De segundo, Martínez. Y no es de extrañar, es el apellido hispano más extendido. Ocupa el primer puesto en el ránking andaluz, español y, por curioso que parezca, el octavo en el listado de Estados Unidos. Consecuencia directa de la inmigración hispana en el país.
Este dato llevaría a otra conclusión: el estudio de la frecuencia de los apellidos por situaciones geográficas da muchas claves acerca de cómo es la sociedad. En la actualidad, son una denominación que viene “impuesta” desde tantas generaciones que, en la mayoría de los casos, ni siquiera se puede averiguar. Pero no siempre existieron. En Europa, no tienen más de seis o siete siglos, los que más. Los apellidos identifican a las personas, más allá de la inmediatez del nombre de pila. Estos sobrenombres sitúan en un espacio geográfico a los que los llevan, dan un contexto histórico, hablan de dónde vienen y qui´rnes son sus antepasados. Todos estos datos, unidos, tejen una red, una telaraña, que dice mucho de una sociedad y cómo ha evolucionado.
La pregunta es: ¿Cuándo surgen los apellidos? ¿Dónde y por qué se originó lo que primero fue costumbre y luego un dato o designación obligatoria? Las respuesta está en Roma, cuna de la civilización en muchos aspectos. Con anterioridad, el reconocimiento de las distintas personas se llevaba a cabo únicamente con el nombre y, si acaso, por el mote o apodo. Así, aquel que poseía un pelo rojo, era designado como “el Rojo”, los detectados por un defecto físico, por este, como “El Cojo” o “El Tuerto”. Aunque lejano, no extraña tampoco en la actualidad, en la que esta serie de sobrenombres siguen utilizándose en ambientes rurales. Siguiendo con la historia, así, se llegó hasta Roma donde comenzó, como una costumbre, añadir al nombre propio, el de la tribu o familia a la que pertenecía la persona. Lo que ellos llamaban pronomen y cognomen. Como ejemplo, el del propio Tito, al que se añade el perteneciente a la familia (Livio), componiendo nombre y apellido: Tito Livio. Pero esta costumbre romana, en un largo período de tiempo, quedó limitada a la nación donde se originó, dándose el caso de que, en el resto de Europa, se continuó con el nombre y el apodo, hasta que a principios de la Edad Media comenzó a extenderse.
En un principio, comenzaron a utilizar apellido los nobles feudales que añadían a su nombre el correspondiente a la población que habían conquistado o que correspondía a su señorío. Naturalmente, esto no ocurría con las clases populares por lo que el origen de sus apellidos se deriva de la población donde nacían o, en ocasiones, al oficio que ejercían. Y no pocos apellidos tuvieron su origen en los motes, así como otros se derivaron de los nombres de sus padres y abuelos, con algunas modificaciones.
Una vez todos con sobrenombre, las diferentes culturas han evolucionado de formas muy dispares al respecto. Lo que sí tienen en común es que, en esta larga historia, siempre han quedado los apellidos de los hombres. De hecho, el sistema de dos apellidos, el paterno y el materno, es propio de España, Portugal e Iberoamérica. Como forma de parar este fenómeno histórico, desde hace algunos años, es posible cambiar el orden de los apellidos de los hijos o, en otros casos, fusionan dos para que no se llegue a perder. Es posible, lo que no significa fácil a priori.
En este devenir de la historia de los apellidos, en Castilla pronto se incorporó el sufijo “–ez” como hijo de: López, hijo de Lope; Rodríguez, hijo de Rodrigo, o Gómez hijo de Gome (nombre popular en la Edad Media, pero ahora prácticamente desaparecido). Este es el mecanismo más común y existe en prácticamente todo el mundo: el sufijo “son” los idiomas anglosajones (como Williamson, hijo deWilliam), el “sen” en los escandinavos (como Petersen, hijo de Peter); el sufijo “Ben” en hebreo (Ben Sasoon), los “Bin”, “Ibn” o “Ben” en árabe, o las partículas “O’-” (nieto de) o “Mac-” (hijo de).
Por otra parte, están los apellidos toponímicos, derivados del origen geográfico del individuo. Por ejemplo, Martos o Jaén indican claramente el origen del nombre, pero también Castillo —es curioso que este sea el más frecuente de Castillo de Locubín—o Puente. Es signifiactivo también que muchos de los apellidos tengan origen en el olivo, como por ejemplo, Aceituno y Olivares.
Otro grupo de apellidos tiene su origen en el carácter hereditario de los oficios durante la edad media. Ejemplos clásicos serían los apellidos Zapatero, Caballero, Guerrero o Herrero en alguna de sus múltiples grafías, porque la evolución de los apellidos, como la de las sociedades y las diferentes formas en que eran escritos con una gramática aún por fijar dieron lugar a numerosas variaciones de un mismo apellido. Y estas variaciones son tan importantes para los genealogistas como lo son también para los antropólogos: los apellidos de origen catalán castellanizados que se encuentran en zonas de Murcia, como Puche, Fortún, Pujalte o Reche, nos cuentan que en la repoblación de las tierras murcianas tras la conquista cristiana del siglo XIII participaron numerosos catalanes y valencianos. En este grupo podría estar uno de los más peculiares que se encuentran en la provincia de Jaén. Se trata de Gay, el más frecuente en Villardompardo. El origen castellano de los apellidos andaluces más comunes es herencia de la Reconquista siete siglos después. Este “movimiento” demográfico podría tener, en la actualidad, su paralelismo con las oleadas de inmigrantes.
Sea como sea, los apellidos identifican a los individuos y a familias completas, en las que las ramas de sus árboles genealógicos se extienden tanto que acaban por casi perderse sus orígenes. Muchos de los jiennenses que llevan los apellidos más frecuentes en sus municipios, como son los Lara en Fuensanta, los Moral en Torredelcampo, los Carmona en Arjonilla o los Milla en Valdepeñas, no tienen nada que ver en lo que parentescos se refieren, aunque intuyan una raíz, aunque sea muy lejana, común. Quizá se trate sólo de “escarbar” en archivos, tarea que no siempre es fácil.